01: esa época del año

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Uno...

Sollozó.

Dos..., tres...

Su piel se raspó, picosa en la ilusión desde su cama.

Cuatro...

Cinco...

Los pulmones en su pecho se rieron de él. De alguna manera, también sonó como una súplica.

Seis..., siete...

No, no eran súplicas; eran gritos enojados.

Ocho..., nueve...

Su boca amasó aire.

Diez. Abrió los ojos, volviendo consciente la pandemia de voces en su cabeza. El frío por no abrigarse bien en la noche. Su corazón agitado y exigiendo con el hierro de su sangre su merecida cantidad de nicotina. Miró el techo, respirando entrecortado, mientras su mirada se aclaraba y podía filtrar bien el jardín de niños latente en sus mientes.

Se levantó aunque se mareara, y comenzó a tantear en su cuarto, tembloroso, por la pequeña cajetilla. El olor a camelias del último pedido inundó sus fosas, incrementando su malestar. Odiaba esa época. Odiaba ese aroma.

Pateó la ropa del suelo en sus pequeños montones hasta que encontró la cajetilla. Sus pulmones volvieron a gritar, pero los ignoró. Sí, sabía que no era lo que querían. Sí, sabía que no era lo que él quería, pero no iba a morirse por un tonto capricho.

Con manos torpes sacó una goma de mascar sabor a fresa y la metió en su boca. Su lengua seca, aletargada, tardó en humedecerse y volver la goma flexible.

Una vez la pudo masticar, se dejó caer al suelo, sentado. Apretó la cajetilla de golosinas con las manos, y se permitió respirar con calma, para terminar de despertar. No era una linda forma de iniciar el día, pero ya había perdido la capacidad de quejarse.

Seis..., siete. Se golpeó la cabeza, para espabilarse. ¿Por qué no se detenía? Mascó con más fuerza. El síndrome de abstinencia apestaba. Siempre lo hacía, pero lo torturaba más cuando lo atrapaba en las mañanas, indefenso.

El sueño de siempre tampoco ayudaba. Se estaba cansando de dormir por lo mismo. ¿Con todos los avances que tenía la ciencia, y aún no habían desarrollado una pildorita mágica que acabara con la necesidad de dormir? Mascó compulsivamente, sin dejar de apretar la cajetilla.

La luz cruzaba bajo la persiana, haciendo un pequeño hilo hasta sus pies. Se quedó mirándola, sin habituarse al olor de las camelias.

Suspiró. ¿Cuándo se detendría?


🌸🎑🌸


—Doctor.

—¿Mmm?

—¿Usted es transgénero?

El peligris alzó la mirada, deteniendo sus manos de tipear en la computadora de su consultorio. Su ceja ceniza se enarcó, mientras encaraba a la mujer que hacía tal pregunta.

Extendió sus coloridos dedos en el teclado, sonriendo.

—¿Pregunta eso porque me pinto las uñas, señora Kang?

La susodicha, ruborizándose, acercó más a su pequeño hijo hacia ella. El peligris no fue ajeno a la manera con la que tapó sus oídos sutilmente con las manos, el infante inmiscuido en su juego con cartas. El doctor Kim la miró con diversión, apoyando el codo contra la mesa para acunar su rostro con la palma. Sus uñas de distintos colores contrastaron con la tez acanelada de su rostro.

Los hijos de la camelia «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora