12: pequeño otoño eterno

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Se habría habituado al yeso si al caminar la fricción con la ropa no lo estuviera conduciendo a la maldita locura.

Alzar el brazo para separarlo de la tela no ayudaba cuando el cansancio le disparaba pequeñas punzadas de dolor. Le habían indicado quietud total después de todo.

Exhaló, como queriendo quitarse la exasperación del cuerpo y aceleró el paso. No había escogido buena ropa tampoco, porque el sol de atardecer lo estaba cocinando en su hoodie. Ojalá pronto pudiera volver a su cama a refrescarse. La primavera era buena para algunas flores, reanudando calidez; pero no superaba al otoño; perfecta estación de frescura y colores. La única mala noticia es que con el otoño tenía que prepararse para el invierno.

El invierno, como el resto de las estaciones, era horrible. Jodidamente odiaba sudar y jodidamente odiaba tener mucho frío. Las flores la pasaban mal y el vivero comenzaba a parecer una película en blanco y negro. Pero también era culpa de la primavera que esas camelias estuvieran por doquier...

Ni siquiera tendría que pensar en ello con tanta obsesión si la vida no le lanzara tantos estímulos al mismo tiempo. Quería ducharse. Quería un helado, un té frío, algo que comenzara a relajar la ansiedad que, sagradamente insoportable, su cuerpo construía una vez más.

Por eso cuando entró a la Tienda Mágica y sintió el agradable ambiente por el aire acondicionado que lo dejaba perfectamente refrescado, casi se le aguaron los ojos de agradecimiento.

Se quedó paralizado en la entrada, sólo dejando a su cuerpo aclimatarse. En un momento de poca lucidez sonrió, cerrando los ojos, cayendo en cuenta de que esta tienda era un pequeño otoño eterno; perfecto para su cuerpo agotado.

Escuchó pequeñas gotas de agua cayendo, y sus hombros disminuyeron tensión. Debió perderse mucho en la sensación, percibiendo el lejano aroma a lavanda y eucalipto; porque no se dio cuenta del par de ojos mirándolo a través del cuarto.

Los ojos en cuestión no le interrumpieron su pequeño momento. Porque fue un poco confuso al principio, y porque...

—¿Tae? ¿Todo bien? —Eso lo preguntó Jimin, saliendo de la bodega, con la cesta de jabones empacados en las manos. Tae se había quedado atascado en el mostrador.

—Es él —musitó, cambiando el peso de su cuerpo para que su tobillo no sufriera mucho.

—¿Él quién? —Jimin salió de la bodega y miró hacia donde veía su mejor amigo. Fue entonces que respingó—. Oh no, es él.

—Sí... Espera, ¿qué? ¿Lo conoces?

—¿Recuerdas el malestar que me dio hace semanas? Me... deshidraté. Me robaron la energía.

Taehyung tardó en conectar cables, pero cuando lo hizo, se sobresaltó.

—¿Fue él?

Jimin estaba notablemente nervioso ahora, frotándose las manos.

—Creo que deberías hablar tú con él. No quiero que vuelva a hacerme eso. ¿Lo puedes atender?

—Pero... Jimin-ah, él es...

—No quiero arriesgarme. —La expresión de Jimin era ansiosa, dejando la cesta con los jabones en el mostrador—. Tú deberías poderlo resistir, mi abuela siempre decía que bloqueabas ese tipo de cosas.

Ella había dicho, de hecho, que Taehyung bloqueaba cualquier energía. Por eso se le dificultaba socializar, sólo dejando salir su propia vitalidad con seres contados. Jimin no mentía, pero se había perdido de una parte importante del discurso.

—Pero...

Jimin ya se había metido en la bodega cuando atentó a decir algo. Se aclaró la garganta bajito, y llevó sin pensar sus manos al pelo. Arregló cualquier hebra que estuviera mal ubicada, pasando a mirar al hombre.

Los hijos de la camelia «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora