11. Año nuevo, nuevos desafíos.

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Al llegar a casa, me di cuenta de que, para mi suerte, mi día con (Tn) no acababa ahí, ya que el día de Nochebuena, Meiko y mis padres habían quedado en que iríamos a su casa a comer por año nuevo.

Ahora concretamente, estaba yo solo en mi cuarto pensando en si usar la misma camisa de Navidad o no.

Inconscientemente, mis ojos fueron a parar sobre la bufanda de rayas sobre mi cama y automáticamente me sonrojé. La recordé a ella, horas atrás, diciéndome:

>>—Ya que te ha gustado mi bufanda, puedes quedártela. Tengo muchas en mi casa —sus labios se curvaron en una sonrisa satisfecha.

Tragué saliva. Otra vez la carta, esa maldita carta. Me iba a volver loco. En un acto completamente irracional, me senté en el escritorio, cogí un papel y un lápiz y pensé en cómo responder.

Querida (Tn), aquí hay una carta que probablemente nunca recibas.

Siento hacerte sufrir de esta manera. Soy un imbécil, y no puedo evitar actuar como uno en los momentos importantes.

Me siento afortunado, sin embargo. El hecho de que guardes algo mío en tú corazón solo hace que el mío quiera reventar de la alegría.

Me gustaría volver a decirte aquello que tanto te gustó oír esa noche. Lo haría, si no fuera por el hecho de que no lo recuerdo. ¿Podrías decírmelo tú? ¿Podrías perdonar a este bobo sin remedio?

Quiero hablar de ello. Lo juro, pero tengo miedo. Miedo de estos sentimientos nuevos, miedo a que esa carta no fuera más que una mera broma, pero sobre todo, miedo a perderte.

Zoro.

La leí un par de veces. Dios mío, ¿en qué estaba pensando? La doblé, malhumorado, y la metí en uno de los libros para olvidarme de ella. Tenía que olvidarme de todo eso. Ya sé, haría repeticiones con la espada. Cogí la espada de madera que había en una esquina de mi cuarto y me puse en posición.

—Uno... —empecé a contar en voz baja.

Pero era inútil. Pronto me di cuenta de que, a cada estocada que daba, una imagen suya se me venía a la mente.

—Dos...

Su risa alegre y despreocupada.

—Tres...

Una de sus grandes sonrisas.

—Cuatro...

Sus preciosos ojos reflejando la cristalina agua del mar.

—Cinco...

Su suave voz cantando una canción.

Tiré la espada a un lado y me puse ambas manos en la nuca mientras soltaba un profundo suspiro. Esto era demasiado difícil. Suspiré y miré mi armario, terminando de decidir qué ponerme para esa maldita comida.

—¡Zoro! ¿Estás listo? —llamó mi madre escaleras abajo.

Pegué un bote y cogí los primeros pantalones que vi en el armario. No iba a ponerme corbata, era demasiado formal. Cogí una americana y me miré un par de segundos al espejo para ver si estaba presentable para después bajar los escalones a toda prisa.

Esta vez, eran ellas las que nos habían invitado a comer a su casa. En cuanto entramos, Meiko me dio un fuerte abrazo y me invitó a pasar. Dejé el abrigo en la entrada y me quité los zapatos. Entré en el salón, y al verla se me cortó la respiración.

Voluntad de acero (Zoro x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora