14. La fiesta

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No, las fiestas nunca me han gustado demasiado, por si alguien se lo preguntaba.

Simplemente, no era la clase de lugar en el que me sentía cómodo. A parte de no tener ni idea de bailar, me parecía una perdida de tiempo.

Pero esta noche, todo era diferente. Estaría ella, en un precioso vestido y yo, vestido con ropa que no acostumbraba a llevar y sudoroso por los nervios,  le diría lo que sentía.

A pesar de haberme prometido a mí mismo que no pensaría mucho en el tema, estuve todo el día intentando pensar en como le diría lo que siento. Tal era mi grado de angustia, que ahora me encontraba a mí mismo practicando frente al espejo del baño. 

—A ver, yo le gusto, es imposible que me rechace... ¿No? —Me dije a mí mismo mientras observaba mi propio reflejo.

Caí en la cuenta de que, aunque Robin me lo había dicho, no terminaba de creérmelo. Y no entendía por qué. Si fuese alguien como el cejas rizadas, al que rechazan siempre, tendría sentido no creerme que alguien correspondiese mis sentimientos. Pero era yo. Solo me había gustado ella en mi corta vida. Y no hacía tanto que lo había descubierto del todo.

Querría haber pasado la tarde con (Tn), ver al cachorro, que por cierto, después de la película de ayer decidió definitivamente bendecirlo como Sebastian, (el cual me parece un nombre pésimo para perro, pero no se lo voy a decir) pero no pude. Ella y las chicas se habían ido todo el día de compras y ahora estarían preparándose todas juntas en casa de (Tn) para la fiesta.

Eran las 6 y media, por lo que decidí que era buen momento para meterme en la ducha. Me dirgí al baño, me quité la ropa y abrí el grifo. Mientras el chorro de agua caliente caía y relajaba mis músculos, no pude evitar pensar en como sería el vestido que llevaría. Mientras me dejaba llevar por mis pensamientos, algunos otros menos agradables aparecieron también.

¿Y si digo algo que pueda ser malo? ¿Y si digo algo que puede malinterpretar?

Respiré y traté de calmarme. Solo tengo que confiar en mí mismo. Nunca se me ha dado mal hacerlo, al menos, hasta ahora.

Salí de la ducha y me enrollé la toalla como pude para dirigirme de nuevo a mi cuarto. Mi camisa y los pantalones estaban dispersos sobre la cama, esperando a ser puestos por segunda vez en su vida. No era de ir elegante, pero Hiyori nos había pedido que fuesemos lo más elegante posible. Para el cejas rizadas sería pan comido, el muy bastardo siempre vestía con camisa y pantalón, aunque nevase o hiciese sol.

Mientras me peinaba, vi algo en el cajón. Era la carta que me había llegado, la de (Tn). Inconscientemente, también empecé a buscar la mía, en la que le respondía. Al fin sabía que no era una broma.

Rebusqué y rebusqué, pero no la encontraba por ningún sitio. Qué raro. Juraría que la había doblado y la había metido en un libro. Aun así, tampoco le di mucha importancia, ya aparecería.

Continué peinándome, hasta que mi móvil vibró y en la pantalla apareció el nombre de alguien que me hizo sonreír. 

(Tn): ¡Zoro, vamos a tu casa a buscarte! Sé que no sabes la dirección de Hiyori, así que te hacemos el favor de acompañarte. 😜

Seguí sonriendo a la pantalla, algo embobado. 

Zoro: Ok.

Dejé el móvil y terminé de arreglarme a toda pastilla. No habían pasado ni 5 minutos cuando mi madre me avisó. 

—¡Zoro, tus amigas están aquí!

En un rápido movimiento, cogí el trozo de papel que había sobre la mesa y me lo metí en el bolsillo. Si conseguía declararme, me gustaría hacerle un par de preguntas al respecto.

Voluntad de acero (Zoro x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora