(XXIX) Amigos, Familia, Apoyo.

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No fueron tiempos muy alegres en aquella villa apartada en las montañas. A pesar de los intentos de Sun Ce y Hong por alegrar su estado de ánimo, Tigresa era incapaz de calmar su corazón tras sentir que había fallado. 

En su mente, le había fallado a su maestro Shifu, al maestro Cocodrilo, a todos los ciudadanos de la ciudad de Gongmen, a Tai Lung, a sus amigos del Valle de la Paz, a toda China. Y lo peor de todo, pensaba que se había fallado a si misma.

Los días se volvieron rutinarios. Pasaba las hora entrenando, impulsada solamente por la furia y la tristeza que claramente eran visibles en su rostro. Aquellos que servían a Sun Ce, el señor de la villa, tenían miedo de acercase, y preferían mantener una distancia segura, lo que agudizaba aún más su estado, un ciclo vicioso que era casi imposible de romper.

Y para empeorar las cosas, pasaba horas sentada en una esquina en el cuarto de Tai Lung. Esperaban, en una esquina oscura de la habitación, a que simplemente las horas pasaran. No decía nada, no hacía nada, simplemente estaba allí, sola en la oscuridad como un fantasma, con la esperanza que el leopardo de las nieves abriera los ojos de repente, pero eso no sucedía. 

Quería estar allí. Tenía que estar allí. Tenía que ser la primera en mirarlo a los ojos, y decirle cuanto lo sentía. Cuanto sentía todo lo que le dijo en los barrios bajos. Cuanto sentía haberlo dejado de lado después de todo ese tiempo juntos. Cuanto sentía no escucharlo. Cuanto sentía culparlo por algo que ella misma había hecho. Necesitaba expresarlo; explotar como una bomba y desahogarse, pero por cada día que pasaba, las mismas palabras le hacía un apretado nudo en la garganta. 

Mientras tanto, en una habitación apartada de la villa:

Hong: - Han pasado más de cuarenta días, Sun Ce. Tenemos que hacer algo. -

Sun Ce: - No podemos hacer nada. Nosotros no seremos capaces de hacerla entrar en razón. -

Hong: - Pero... ¿Qué vamos ha hacer? Si esto continúa... Temo que la perderemos para siempre. -

A pesar de las palabras, el rinoceronte se mantuvo en silencio. No tenía una respuesta clara de qué debía hacer, pero sabía quienes eran capaces de hacer algo al respeto. Entonces, uno de los sirvientes irrumpió con prisa en la sala.

Sirviente: - Amo Sun Ce. Ya llegaron. -

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Era avanzada la tarde y ya el Sol comenzaba a desvanecerse en el horizonte. Se podían escuchar los últimos cantos de los pájaros de ese día. Pero no donde Tigresa estaba. Como era costumbre, la felina estaba sentada en aquella esquina, donde las marcas dejadas por el desgaste de sus prendas y las ocasionales zampadas que solía dar cuando la furia la consumía eran claramente visibles sobre la madera. 

Ocasionalmente solía entrar un sirviente a esas horas. Solía hacerlo en silencio, sabiendo que Tigresa se encontraba en el interior, pero no decía nada. Simplemente se acercaba con un pequeño mechero y encendería las linternas en el interior de la habitación. Solía ver a la maestra ocasionalmente, pero la felina ni siquiera alzaba la mirada para percatarse de su presencia. Luego simplemente, dejaba la habitación como si nada hubiese pasado. Pero ese día no se presentó a la hora específica.

De pronto las puertas de la habitación se abrieron, mostrando una habitación completamente oscura, con un ambiente lúgubre u sombrío. La cama donde yacía Tai Lung se mantenía en el medio, iluminada parcialmente por la tenue luz de una linterna portada por alguien que ingresaba al lugar. Y como era costumbre, allí estaba. Tigresa, sentada en el mismo rincón de la habitación, completamente a oscuras, y sin alzar la cabeza para ver quién estaba allí, cuando de pronto.

Kung Fu Panda Fanfic - La Sombra de la Ciudad de GongmenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora