Él solo me había enseñado una lección en todos estos años juntos: las cosas se aprenden por las malas. La regla N°1 no era la excepción.
Yo tenía 7 años. Era un día de verano por la tarde. Estaba metido en casa porque hacía demasiado calor como para estar pululando por la calle. Yo estaba en el hall del segundo piso de mi casa jugando con las típicas canicas que te regala tu padre, de estas que puedes comprar en cualquier lado una por 5 céntimos. Salvo unas pocas que eran de dimensiones desproporcionadas (de niño todo lo ves mas grande), en general eran pequeñitas y no pesaban mucho. Llevaba ya un largo rato jugando con ellas y empezaba a aburrirme. Desde el hall se podía acceder al baño de papá (así es como le llamamos aunque lo usemos todos) y pasar un rato con él. El baño de papá había sido en el que le había conocido y ambos teníamos un cariño especial a ese sitio. Me metí en él y le busqué por el espejo. No era muy grande, así que fue fácil. Estaba sentado, ¿esperándome? ¿Como sabía que hiba a ir a verle? Y si no lo sabía ¿Cuanto tiempo habría estado esperando a que yo llegase? Yo ante tan abrumadoras ideas no pude nada menos que sonreirle incrédulo y saludarle. Él me devolvió el saludo y se señaló la muñeca con el dedo índice como si llevase un reloj. No era muy espabilado el hombre, aunque me reía mucho con él. Yo, casi con lastima me disculpé haciéndole una reverencia burlón. Él aceptó mis disculpas y me dio la palabra. Yo contento señalé una canica que había traído conmigo al baño y empecé a contarle el día en que mi padre me había regalado las canicas: como me había llevado a la casa de mis abuelos y me había dicho que tenía un par de juegos viejos. Yo rápido fijé mi vista en una caja rosita clara con forma rectangular y la abrí. Había un montón de canicas. Me quedé encantado con sus colorines. Y le conté como mi padre me había dicjo que podía quedarmela y como yo le había dado un abrazo de agradecimiento (muy bien recibido por él por cierto).
Cuando acabé mi historia él me estaba mirando con ojos de niño al que le acaban de contar una historia de fantasía. Mientras contaba la historia yo me había sentado en el bater y él se había vuelto a acomodar en el brazo de la bañera. Él me pidió que acercase un poco la canica al espejo. Yo la dejé pegando al espejo... Demasiado cerca.
Yo siempre me había sentido atraído al espejo como si él y yo fuésemos polos opuestos. Aún así nunca le había dado importancia. Pero la canica pesaba muy poco. Al instante de dejarla en el pie del espejo esta se pegó al espejo como a un imán. El cristal empezó a deformarse en torno a la canica. Él se asustó mucho y comenzó a tallar sin control: "vas a romper el espejo". Yo asustado tiré de la canica con la intención de separarla pero costaba mucho, no podía. Empecé a sentir como el espejo tiraba de mi piel atrayéndola a la perdición. Me alejé del espejo al instante y recupere aire. Tras esto cambié de estrategia y deslice la canica, la cual dejaba una horrible marca sobre el cristal, hasta una de las esquinas y ya allí intenté que rodase sobre la pared. No podía imposible. Cambié de táctica y al ver que la canica se hundía el espejo la empuje hacia este. Al final la canica se metió en el espejo y él soltó un alarido de dolor. Ya no soportaba ese ambiente. Me fui del cuarto y cerré la puerta a mi paso.
Ya habían pasado un par de horas. Me acerqué lento al baño y abrí la puerta. Nada. Todo estaba en perfecto estado... Salvo por una cosa. Él no estaba en el espejo. Me retiré confuso. No quería saber más.
Al día siguiente el se disculpó por su conducta y por los sucesos del día anterior y volvimos a quedar como amigos.