Capítulo 16| El amor cuando no muere mata

18 7 0
                                    

Dylan

A veces pienso que estoy maldito.

Hay más de siete mil millones de personas en el mundo. Más de siete mil millones. Y yo tengo que enamorarme siempre de la misma chica que mi mejor amigo. Si eso no es estar maldito... ¿Qué lo es? Cuando empecé algo parecido a una relación con Hannah, me autoconvencí de que no estaba haciendo nada malo. De que, al final, no elegimos a quién amamos y que, por ende, nadie podía reprocharme que quisiera a la persona equivocada. En parte, incluso conociendo el resultado de mis acciones y decisiones, no me arrepiento del todo de lo que ocurrió. Sé que podría haber hecho muchas cosas diferentes, que no tendría porque haber acabado como lo hizo.

Pero, claro, las cosas siempre se ven más fáciles en retrospectiva.

Aunque puede sonar a excusa barata, la verdad es que ninguno de los dos lo planeamos. No sé en qué momento empezó a haber una tensión extraña entre nosotros. Por mucho que lo intento no soy capaz de marcar en el calendario el momento exacto en el que entre Hannah y yo empezó a haber algo más. Algo que de ninguna manera se correspondía con la amistad. Cada vez pasábamos más tiempo juntos, un poco porque Ax se mostraba distante, cómo si ya no formara parte del mundo. Cuando los planes de tres se convirtieron en experiencias en pareja -a pesar de que siguiéramos siendo solo amigos- nos dimos cuenta de una realidad espeluznante: no sabíamos nada el uno del otro. Él siempre fue nuestro pegamento. No solo simbolizaba el enlace entre dos personas cuya principal relación no era otra que él, sino que de él brotaba hasta el puto último lazo de unión que nos conectaba.

Para mi ella siempre había sido la novia de mi mejor amigo. La persona favorita de mi persona favorita. Lo que no podía prever era que se fuera a acabar convirtiendo también en una de mis personas favoritas.

Antes he dicho que no recordaba el momento exacto en el que empezó a haber algo más entre nosotros. Y es cierto. Pero lo que si recuerdo perfectamente es el instante justo en el que todo empezó a torcerse. Cuando estuve totalmente seguro de que todo se acabaría yendo a la mierda. De que nada saldría bien. Era principios de verano, hacía ya unos meses que Axel no era el mismo. Se pasaba mucho tiempo solo, aislado, cancelando planes e intentando encontrar el modo de protegerse de todo el dolor del que previamente no había logrado estar a salvo. Tras días de angustia y conflictos internos a cerca de cómo de horrible sería pedirle una cita a Hannah, por fin llegó el día en el que la tuvimos. O al menos la íbamos a tener.

La habríamos tenido si Axel no hubiese aparecido. Él no lo sabe, pero no le hizo falta más que abrir mínimamente la boca para que ella me dejase tirado por él. Para que todo lo que habíamos estado construyendo se esfumara como si nunca hubiese existido. Como si solo hubiese sido una ilusión. Un falso oasis en un calurosísimo desierto en el que me moría de sed.

De verdad que no planee enamorarme de ella. Igual que tampoco planee enamorarme de Lexie.

Incluso podría decir que intenté con todas mis fuerzas no hacerlo. Intenté respetarles, ser mejor persona que la primera vez. Intenté demostrar que uno no se tropieza dos veces con la misma piedra. Ojalá hubiese sido así. Ojalá lo hubiese conseguido. Si ella no fuera jodidamente perfecta. Si no fuese divertida e inteligente, preciosa a rabiar. Si no fuese una puñetera droga de diseño de la que es imposible escapar...

Podría haber evitado colgarme de ella.

Podría haber evitado volver a traicionar a Axel.

Estoy sentado en el sofá con la mirada perdida. Pienso tanto, hay tantísimos recuerdos pasando de forma sucesiva por mi mente que hasta parece que estoy contemplando una película autobiográfica. Sorprendentemente, no me disgusta todo lo que veo. Es lo que tiene vivir.

Decido desperezarme y preparar algo para cenar. Subo escaleras arriba con el fin de preguntar a mis dos amigos si se quedarán a comer algo o si ya han hecho otros planes. Sin embargo, no llego a llamar a la puerta, pues cuando estoy prácticamente haciéndolo un sonido familiar hace que me pare en seco. Mi puño permanece levitando sobre la blanca madera varios segundos. Sé perfectamente a qué se corresponde ese sonido: son los gemidos de Lexie. Lo sé porque son difíciles de olvidar.

Lo sé porque yo también se los he provocado.

Suspiro silenciosamente, lo último que necesito es que piensen que les estoy espiando. Me gustaría poder decir que estoy bien. Me encantaría, de verdad. Pero estaría mintiendo. Hago una especie de evaluación de daños, y no me extraño al encontrar a mi corazón totalmente destrozado. En ruinas. Asustado y tiritando. Ojalá pudiera tener una conversación seria con él, con el órgano vital que me permite estar aquí. Le diría que se dejara de tonterías, que hay cientos de chicas muriéndose por hacerse cargo de él, de cuidarlo y mimarlo. Le diría que olvidara a la chica de pelo castaño cuyos ojos del color del océano brillan con fuerza.

Pero no es posible.

Lo único que puedo hacer es prometerme a mi mismo que acabaré estando bien.

Y, aun así, una parte de mi se pregunta, ¿Realmente será así? ¿Sabré dejar de amar a Lexie? ¿Sabré elegirme a mí? Vuelvo a suspirar, esta vez con amargura.

Dicen que el amor cuando no muere mata. Me temo que en esta ocasión acaben ocurriendo las dos.

Sí, hace siglos que no aparezco por aquí. No me he muerto ni me ha pasado nada, simplemente he estado de exámenes hasta finales de mayo. Junio me lo he tomado un poco como mes de vacaciones, pero para recompensaros... ¡Hay maratón! Tres capítulos seguidos. Sé que este es cortito, pero es de mis favoritos. Toda historia tiene dos versiones y esta es la de Dylan.

Juro solemnemente actualizar más seguido. También informo de que pronto (en unos cuatro capítulos) superaremos el ecuador de esta historia. ¡Ya tengo ganas de terminarla!

Como siempre, gracias por leerme. Hasta pronto!

El abismo del pretérito Donde viven las historias. Descúbrelo ahora