VII

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—¿Llevas todo? —Me pregunta mi madre, mientras el frío que hace en la madrugada me abraza.

—Si mamá, llevo todo —Se acerca a mi y me deja un beso en la frente— Vete ya o llegaras tarde, mandale saludos a tu tío y si lográs ver a tu papá —Siento una punzada en el corazón con aquella frase—, dile que yo voy a luchar para que tú salgas adelante.

—Está bien —Le digo con un nudo en la garganta que trato de disimular para que no se ponga a llorar—, yo se lo diré.

—Bien amor, nos vemos en la tarde.

—Si —Le digo mientras tomo mis cosas y salgo por la puerta de mi casa.

Debo llegar a la Ceiba de Guadalupe que está en Antiguo Cuscatlan, ahí me llegará a traer mi tío para emprender el viaje al hospital en donde se encuentra mi padre. Solo le pido a Dios una cosa, que me de fuerzas para no llorar. No quiero verme débil ante él. No quiero que se ponga mal porque yo estuve mal. Son las seis y media de la mañana cuando llego al lugar. Entro a la iglesia y me arrodillo frente a una de las bancas mientras pido por él.

"Padre, no te lo lleves de esa manera. Sé que se equivocó, que le hizo daño a mucha gente, pero que no muera así. Que no muera solo. Desde ya te pido por su alma, que sea llevada al cielo. Soy realista y sé que él pronto se irá. Solo déjame verlo sonreír, déjame escuchar su voz y abrazarlo una vez más. Por favor, que no sufra más, que yo no quiero que lo haga.

Siento que es injusto que esto esté pasando porque yo quería un papá que estuviera conmigo en todos mis momentos y hoy sé que está a punto de dejarme sola. Está a punto de emprender un viaje contigo y si así va a estar bien, lo aceptaré."

Eso y otras cosas más, mientras empiezo a llorar y dos personas que van entrando me ven. Lo siento, no puedo evitar hacerlo. Hablar de mi padre es como hablar del mayor dolor y amor de mi vida. Me levanto y salgo haciendo una última reverencia. Veo el carro negro de mi tio en el estacionamiento y me dirijo a el.

—Hola, buenos días —Le digo cuando me subo y se gira para saludarme desde el asiento del conductor con una sonrisa.

—Hola hija ¿Cómo estás? —Me dice feliz.

—Bien y usted cómo está —No estoy bien, en lo absoluto. Ni un poco.

—Bien, aquí vamos a iniciar este viaje, como ya viste mi esposa va también —Y la señala con la mano, quien va a su lado.

—Si, buenos días —Le digo mientras sonrío para ella.

—Buenos días —Me responde amablemente.

—Vámonos porque si no regresaremos tarde —Dice poniéndose el cinturón, encendiendo el motor y saliendo a carretera.

Mi padre nació en Suchitoto, un pueblo que conserva su cultura. Me encantaba de niña ir ahí. Es muy caliente, pero también muy hermoso. Siento que todo va a doler cuando se vaya, hasta las calles que caminaba con él. Últimamente me he hecho muy sensible. Lloro por todo, comparado a cuando era una niña, costaba que yo soltara una lágrima. Tenía que ser fuerte por todos los problemas que vivíamos con el primer amor de mi vida.

Fue fácil darse cuenta que vivía con un monstruo, pero fue difícil aprender a separar lo que me hacía bien con lo que me hacía mal. Dolió el proceso, pero veía un futuro mejor. Aun sigo creyendo que puedo lograr cosas grandes, puedo mover corazones, puedo hacer que el mundo sea mejor.

Por el momento solo quiero que el dolor sea más suave. Quiero poder respirar. Quiero poder amar, necesito paz, necesito dejar de sentir ese dolor que me consume día a día y se que esto apenas va iniciando. Sanar otra vez será difícil.

24 de febreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora