XI

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He pasado haciéndome ideas en la cabeza de cómo sería el encuentro de Nate y yo durante una semana entera. Me lo imagino encontrándome en la universidad y quedándonos los dos, fijos el uno con el otro, sorprendidos ante nuestro encuentro dándonos un abrazo que diga lo que las palabras no pueden. Otra parte de mi dice que me lo encontraré en la calle y sonreiremos como tontos. Y una última me dice que será ese 24 de febrero, pero no me lo puedo imaginar. Solo sé que será emocionante.

Llevo una semana hablando con él hasta altas horas de la noche. El reloj me ha dejado de importar y estoy empezando a soltar muchas cosas por los consejos de él. Probablemente él únicamente es mi ángel, que solo está pasando por mi vida para enseñarme a valorarme. Para enseñarme a que se puede sobre llevar el dolor y se puede superar si uno quiere. No me quedo corta, yo también lo he estado escuchando más. Me cuenta de sus clases y recuerdo perfectamente una de esas conversaciones:

— Me da mucho gusto el haberte conocido, no cambiaría el pasado —La electricidad de mi corazón.

—Yo tampoco —Sonrío como tonta viendo el techo— ¿Crees que he llegado a tu vida para algo bueno?

—Mmm a veces me cuesta admitir las cosas, pero debo decir que me estas ayudando mucho. Estaba entrando en depresión —Él es así de sencillo para decir las cosas y aún así entiendo la intención de sus palabras—, y justo apareciste tú.

Simplemente teníamos que conocernos. Lo nuestro es estar juntos. Hay cosas y sentimientos que nunca se olvidan y con él añadiría muchas cosas. Me encanta, me fascina saber de él. Jamás había tenido una interacción a este nivel con alguien. Debo admitirle lo que siento para saber que no meteré las manos al fuego sola. Quiero que lo haga conmigo.

Primera semana de febrero finalizada y cada día siento que estamos más cerca de conocernos. Hoy viene mi papá a la casa. Un domingo caluroso. Estoy poniendo los platos en la mesa del comedor de afuera de la casa. Es un jardín pequeño con un árbol de marañón y una mata de guisquiles en la pared del muro. La mesa es blanca con figuras. Coloco tres platos blancos, en medio tortillas, una soda y busco la radio.

Debo ambientarme a lo que ellos escuchan. Debo ser su hija otra vez. Su única hija. Recuerdos, sentimientos me llenan el dolor de las venas. No me dejaré llevar. Escucho su voz y parece una mentira, un sueño simplemente. Cada vez más cerca, llega a mí, me ve desde adentro y camino con una sonrisa a recostar mi cabeza en su pecho y abrazarlo. Está más delgado.

A papá le dolió perder a su hijo.

A papá le pegó el hecho de que ya no estaba.

A papá le llegó el remordimiento.

A papá le afectó más de lo que pensaba.

Y yo, lo necesito tanto. No quiero que se vaya, por eso sonrío mucho.

Hoy estoy feliz de tenerlo aquí. No siempre será así.

— Papi —Le digo. Me alejo para no hacer parecer obvia mi felicidad.

— Hija —Su amor, su calidez.

— Ya hicimos la comida —Le dice mi mamá— Dijiste que querías comer sopa con pollo —Los tres sonreímos.

— Pasemos a la mesa —Doy la idea y caminan todos afuera para sentarse mientras yo sirvo.

No pude despegar mis ojos de él. Quería que siempre fuera él. Estaba feliz y mamá también. Tanto que hasta nos sacamos una selfie. Me niego a llamarla "La foto de la despedida" así que le diré "La foto del amor" Nos contó un poco de su situación de salud. Le han dicho que tiene que estar en reposo, pero quiere salir a trabajar.

24 de febreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora