𝟏𝟎. 地獄 𝐡𝐞𝐥𝐥

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Minghao se movió casi de forma robótica, avanzando entre los pasillos con las paredes de papel donde se filtraba la luz de luna. Afuera escuchó las cigarras cantando, adentro el silencio parecía absoluto y recorrió el templo en la oscuridad.

Tenía la máscara de conejo en una mano y el peluche de gato de Junhui en la otra. Su hermano no aparecía por ninguna parte y la única idea en mente de Minghao era que los demonios se lo habían llevado.

Había estado durmiendo todo ese tiempo y no de forma natural; sabía que Akaoni se había encargado de enviar sus influencias hasta dónde él estaba y de alguna forma había logrado manipular su sueño y el contenido de ellos.

Esas memorias que no pudo terminar de recordar, de un pasado que dejó muy atrás, no llegaron por completo a él.

Minghao fue directo al santuario. A diferencia de Junhui él quería confirmar su realidad. Si era una novia prometida, lo enfrentaría de frente. Volvería a ver al demonio rojo, aquel lobo que 12 años atrás se le presentó cuando tan sólo era un niño que creía en cuentos y leyendas.

Cuentos que resultaron ser reales.

Entró al área del santuario, los símbolos protectores, los pilares rojos, todo lo que jamás pudo ver y ahora se revelaba ante él. ¿Qué podía hacer eso? ¿De qué servía haber nacido con poderes de sacerdote si no sabía cuáles eran o cómo los podría usar?

"¿Y dónde está Jun? Tengo que encontrarlo y también tengo que recordar que pasó esa noche," pensó, dirigiéndose a las puertas para salir.

Si Akaoni no le había permitido terminar el sueño, tendría que buscar las memorias afuera, Minghao lo presentía. Abriendo las puertas que cedieron con sólo un empujón, vio la plaza del frente del templo, desprovista de niebla, recibiendo la luz de plata de lleno, como un gran foco en el cielo nocturno.

Minghao bajó los escalones, mirando hacia el frente. No podía sentir nada relevante o que predominara dentro de él. No tenía miedo y la curiosidad emergía de su interior, pero volvía a esconderse cuando la preocupación tomaba su lugar.

Sin embargo, no tenía nervios, ni caminando hacia la puerta torii, de la cual era muy consciente. Parecía un portal hacia otro lado, que si cruzaba, no tendría retorno al mundo que conocía. Pero se sentía en una especie de trance dónde estaba cegado. Sólo podía avanzar. No quería, no podía, estar encerrado en el templo.

Estaba casi seguro de que su hermano estaba allá afuera y que un demonio lo vigilaba desde las sombras, escondido entre la niebla.

Llegó frente a la puerta torii y alzó la cabeza para verla, tan alta, bajo la luna. Minghao no pensó mucho en ese límite, en lo que significaba dar un paso hacia delante y bajar las escaleras de piedra. Simplemente lo hizo, colocándose la máscara de conejo blanco con el kanji de muerte en la frente.

Se movió, caminando en sus pijamas y con aquella máscara parecía un espectro bajando las escaleras, dejando atrás la seguridad del templo, viendo el oscuro bosque y la niebla. Algo dentro de él le dijo que si seguía, encontraría lo que buscaba. ¿A Junhui o sus recuerdos? ¿O tal vez ambas? ¿O tal vez unos ojos amarillos culpables de su más grande inestabilidad?

Había dejado asuntos sin resolver, tenía en la sangre una responsabilidad. Estaba atado a algo que muy apenas podía entender.

Minghao bajó las escaleras y la luz de luna fue su única iluminación hasta que el bosque dejó su intimidante oscuridad. Todas las linternas ishi-doro se encendieron al mismo tiempo, haciéndolo sobresaltar.

El joven miró a su alrededor, al camino que llevaba hacia abajo si se seguía por las escaleras y más allá, a la carretera, luego a la villa (o lejos de Yabbay).

El Festival de los Demonios (WonHui/GyuHao)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora