Club.

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—Quiero tener un papá así de influyente

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—Quiero tener un papá así de influyente.

Miré hacia el grupo de deportistas reunidos alrededor de Rubius. Todos, como buenos amigos, lo estaban consolando por quedarse calvo, mientras para mis adentros le restaba importancia al asunto diciéndome que el cabello crecía y que él exageraba demasiado. Las miradas hostiles y amenazantes no faltaron entre sus más cercanos, pero de mi lado tenía al gallinero para devolvérselas y a un papá mucho más atemorizante que el director. La balanza estaba a mi favor.

—Yo también. —Nora se limaba las uñas. El sonido me tenía con una sensación extraña que me recorría toda la médula. A su lado, Fabiola, que también tenía los pelos en punta por el sonido, le dio una palmada en sus manos para que se detuviese—. Biyin, defiéndeme —gimoteó mirando a una Biyin Belou con un nuevo corte de cabello.

—Estoy ocupada. —Los dedos de mi amiga bailaban sobre la pantalla táctil de su celular—. Dile a Ari.

—No merezco ayuda de nadie después de lo que hice. —Ari se apretó las mejillas entre sus manos y torció sus cejas en son de lamento—. Por mi culpa nuestra Nutria se metió en problemas.

—Me metí en problemas con la nota que le escribí a Rubius, lo de la venganza estuvo bien, Ari. —Palmeé su espalda para reconfortarla.

Ari había estado callada toda la clase desde que volví del despacho del director, ni siquiera había comprado el almuerzo en el casino, ni probado el sándwich de queso y jamón que siempre robaba a Biyin. El peso de la culpa estaba sobre sus hombros, aunque desde mi punto de vista nadie más que yo tenía la culpa de haber sido castigado. Si mi ambición para ser reconocido por la trágica calva de Rubius no me hubiese llevado a escribirle, sino a conservar el anonimato de nuestras fechorías, tal vez nada hubiera ocurrido y hoy no habría historia.

Tras despedirme de mis amigas al salir de clases, Spreen, Auron y yo emprendimos nuestra vuelta a casa. Como ya se estaba haciendo costumbre, el hijo de los Buhajeruk iba escuchando música sin decir palabra, ni siquiera para advertirle a un enérgico Chico Batman que escalar árboles podía ser peligroso. Yo intentaba hacerlo entrar en razón sin conseguirlo. Mi compañero de asiento tenía, además del complejo de héroe, las habilidades de Tarzán. Subía a los árboles sin problema y desde allí nos hacía señas como saludo. Yo era el único que respondía a ellas, temiendo que en cualquier momento se estampara en el suelo.

Al bajar volvió a mi lado.

—¿Por qué tu amigo no habla?

—Me hago la misma pregunta. Supongo que somos demasiado idiotas para entablar una charla con él. —Me encogí de hombros y observé el perfil del Poste con Patas de reojo; como siempre, no volteó a verme ni por sentirse observado—. Tú este no se, deberías preguntarle cosas, hablar sobre temas yo que se... Si ni yo le puedo hablar.

El rostro de Auron se deformó del asombro. Podría haber jurado que sus ojos se salían de sus cuencas.

—¿Yo? —Se señaló el pecho con el pulgar. Asentí como respuesta—. La vez que me dejaste con él ni siquiera me miró o se despidió. Además, nunca me había sentido tan intimidado por alguien. No hablamos nada de nada.

𝐔𝐍.𝐁𝐄𝐒𝐎.𝐁𝐀𝐉𝐎.𝐋𝐀.𝐋𝐋𝐔𝐕𝐈𝐀─────────𝐒𝐏𝐑𝐔𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora