Infiltracion.

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Después de ver la película sentía mi trasero aplastado y las piernas adormecidas

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Después de ver la película sentía mi trasero aplastado y las piernas adormecidas. Siempre tuve la mala costumbre de flexionar mis piernas y encorvarme cual anciano de noventa años. Biyin tuvo que dejar de lado su amado celular para ayudarme a caminar hasta la puerta de la sala y salir. Fue un desastre, sobre todo porque la lentitud de mis pasos causó una aglomeración de personas tras nosotros y claro está que a ninguno le cayó en gracia que dos adolescentes anduvieran a paso de tortuga. Ya a cinco tortuosos pasos de la puerta el hormigueo en mis piernas disminuyó hasta quedar en nada, así que volvieron a la normalidad.

Afuera nos colocamos nuestros abrigos, preparados para marcharnos a nuestros hogares. Miré la hora en mi celular y comprobé que ya eran casi las ocho de la noche.

—¿Por qué ves la hora en tu celular si puedes preguntarme a mí? —espetó Biyin.

—Supongo que es la costumbre.

Me aferré al brazo de Biyin luego de responderle. Ella hizo una mueca ante mi gesto, pero no me apartó. Muy en el fondo sabía que ella era tolerante a mis demostraciones de amistad, aunque siempre fue esquiva con los demás. Quizás debía sentirme privilegiado de poder hacerlo sin morir en el intento.

En medio de la fría noche, ambos íbamos hacia el paradero; nuestros caminos se dividían en el parque, así que el bus que debíamos tomar era el mismo. Agradecí que fuese así, porque tener amistades que vivan al otro extremo de la ciudad podía resultar un caos, tanto para las salidas como para hacer trabajos. Además, papá a veces tenía unos arranques de protección y no dejaba que anduviese solo por la calle, incluso si era con amigos. Esa aprensiva idea creció después de que un sujeto ebrio nos asaltase a tía Sarah y a mí al volver del trabajo.

—Tengo que admitir que la película estuvo interesante —le comenté a Biyin mientras veía mis pasos—, aunque el final me decepcionó un poco.

—¿Qué te decepcionó? —curioseó mi amiga sin quitar la vista del celular. Tuve que mirar el camino con más precaución, pues si ninguno de los dos veía por dónde avanza, nuestras narices no tardarían en dar de lleno contra el suelo.

—No sé... —bufé— Creí que la protagonista lograría salvar al chico. Ya sabes, esperaba un final feliz.

—Fue un final realista, Juanito —espetó Biyin, ladeando su cabeza para verme—. Pero también esperaba lo mismo. Es decir, que te den un final amargo donde la pareja de enamorados no termina junta y para rematar que la protagonista hiciese todos esos desastres en vano, parece muy... trágico. Los Romeo y Julieta del futuro.

Dio justo en el clavo.

Una sonrisa maliciosa se apoderó de mi rostro y recordé ese peculiar momento donde Biyin y Auron se quedaron viendo como si en la galaxia entera no existiese vida además de ellos. Ah, claro... y en la que yo fui dotado de habilidades para tocar el violín como nadie. Diría que fue una situación un tanto incómoda, y lo habría sido más de no ser porque un hombre alto, con el cabello grisáceo y una playera de Deadshot llamó a mi compañero de asiento. Al lado del hombre, una niña de cabello azabache y que cargaba un peluche de oso le hacía señas con una sonrisa resplandeciente. Auron volteó a verlos y asintió para decirnos luego que el «Escuadrón Suicida» lo esperaba.

𝐔𝐍.𝐁𝐄𝐒𝐎.𝐁𝐀𝐉𝐎.𝐋𝐀.𝐋𝐋𝐔𝐕𝐈𝐀─────────𝐒𝐏𝐑𝐔𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora