Silencio.

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Golpeé mi cabeza contra la mesa y Megura quedó un momento en silencio

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Golpeé mi cabeza contra la mesa y Megura quedó un momento en silencio. Al percatarme de mi acción y de sus ojos puestos en mí como si fuese un loco —creo que ya me estaba acostumbrando a sentirme así—, no pude más que sonreír y usar mis dotes (no) actorales heredados de mis padres.

—Oh, cielos. No puedo con este dolor de cabeza. —Froté mi frente con la mano izquierda; mi celular estaba bien resguardado en la otra, bajo la mesa—. Creo que seré la próxima Miss Unicornio si no me voy a echar... eh, agua. 

Sé que mis actuaciones no son lo mejor de lo mejor y que mi voz siempre sale como la de un robot cuando intento hacerlo, pero necesitaba una vía de escape, una que me salvara la vida... o específicamente mi linda cabellera. Corrí hacia el baño de chicos más cercano y me encerré en un cubículo, bajé la tapa del trono y me senté para escribirle con lujo de detalles en qué apuro estaba metido, hasta que caí en la cuenta de algo bastante obvio:

¡Era libre! Podía largarme al infinito y más allá junto a Buzz.

—¡Toma eso, idiota calvo!

Entonces, ese pequeño, pero muy influyente detalle, me golpeó en pleno pecho. Había salido tan rápido del club que solo tenía mi celular; la mochila estaba en la sala y era probable que Rubius ya la hubiera hecho añicos como venganza.

Yo: Bien, escucha.

Spreen: Te leo.

Gruñí como un toro enfurecido en plena arena y quise ser una bruja para poder torturar de una y otra forma a Spreen. ¿Era así o lo hacía para fastidiarme?

Yo: Okey, LÉEME. Estoy en un problema muy grande y no tengo a nadie más que pueda ayudarme, necesito que vengas. Por favor.

Spreen: Lo pensaré.

Yo: No pienses, solo ven.

Un enorme «visto» me apuñaló el pecho. La incertidumbre sobre si iba a ir o no me acosó la nuca en todo momento, o tal vez fue la tenebrosa aura de Loo a mi espalda. Sea como sea, el resto de la hora me la pasé moviendo mi pierna con inquietud y comiéndome las uñas. 

Al llegar el momento de irnos, Rubius me guiñó uno de sus ojos y, enseñando su tijera, fue la forma silenciosa en la que me dijo: «despídete de tu cabello». Agarré mis cosas y me apresuré a salir de Jackson, pero los dos pelmazos me seguían. Afuera, respirando un aire gélido, me congelé, no porque como toda tarde-noche de invierno fuese un golpe bajo en plena médula, sino porque tenía un ápice de esperanza por encontrar a Spreen esperándome. Pero no estaba, ni siquiera había rastro de su persona, solo sus gemelos, los postes que encendían las luces para iluminar la calle.

Escuché los silbidos de Rubius por el pasillo; no lo pensé más y empecé a correr. Corrí y corrí, hasta que un impulso me detuvo y tiró de mí al suelo, azotando mi trasero en el pavimento frío del parque.

𝐔𝐍.𝐁𝐄𝐒𝐎.𝐁𝐀𝐉𝐎.𝐋𝐀.𝐋𝐋𝐔𝐕𝐈𝐀─────────𝐒𝐏𝐑𝐔𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora