Inminente.

585 29 13
                                    

La lluvia se intensificaba a cada segundo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La lluvia se intensificaba a cada segundo. Lo que en la mañana era una simple llovizna se había convertido en una lluvia casi torrencial propia del invierno. Las copiosas gotas se estrellaban contra el suelo del parque y los charcos comenzaban a agrandarse entre las baldosas mal colocadas del camino. Los árboles se despedían de sus hojas que caían de lleno por la intensidad y la fuerza del clima. El aroma a tierra mojada se acentuaba. Cada tanto, algunas parejas pasaban por el sendero esquivando las pozas de agua y las ramas crecientes de los árboles con paraguas en mano, mientras se acurrucaban del frío. También aparecía algún que otro perro que buscaba refugio.

La lluvia provocaba un efecto de huida en todos, pero para mí era el escenario digno de una nueva decepción amorosa. 

Hacía cuatro minutos y treinta segundos que Rubius había decidido terminar con nuestra relación, lo que conllevó la pérdida inmediata de todo impulso motivacional en mí. El clima no importó mucho, ni lo empapado que estaba dentro de ese tiempo perfectamente calculado. Todo lo que transitaba por mi cabeza eran las frías palabras con las que acuchilló mi corazón. Bastó una simple oración para que me quedara inmóvil.

Una linda imagen que representaba con detalle a un chico desahuciado.

Podría atribuir a Rubius mi devastadora situación, pero no tenía la culpa del todo. Claro que no. Si bien él sentenció a muerte nuestra relación, mi maldición para enamorarme con facilidad condujo mi vida al desastre con diversos resultados fatales, no solo bajo la lluvia, sino de otras formas particulares que al recordar me dejaban un sabor muy amargo.

Creo que algunos tenemos la habilidad de fijarnos en las personas menos indicadas. Ese fue mi caso: solo, sin paraguas, lágrimas que se mezclaban con la lluvia, con principio de hipotermia y el corazón hecho añicos, mientras comparaba las gotas con puñaladas, hasta que llegó ese momento en que no sentí más que el lejano sonido de la lluvia adormeciéndome.

De pronto, un ángel guardián se apiadó de mí y me cedió su paraguas.

Se marchó sin mirar atrás.

En mi asombro pude ver su abrigo de un singular color marrón que se perdía en la profundidad del camino, pero su gesto quedó tallado en mis retinas y bien preservado en mi corazón.

Entonces, como por arte de magia, una luz divina se vislumbró entre las oscuras nubes del cielo, lo que me dio un ápice tibio de esperanza y me hizo consciente de la realidad: la vida continuaba.

La lluvia cesó.

Nunca fui supersticioso, todo lo contrario, pero bastó esa maravillosa coincidencia para que creyera en las tretas del inminente destino que se avecinaba.

Y con esa idea me marché a mi trabajo.

Crucé la puerta de la florería provocando que sonase la campanilla que colgaba de ella. Sarah, la hermana de mamá, se asomó por detrás del cajero despeinada, con el pintalabios corrido que dejaba entrever sus labios hinchados, la camisa blanca (con la que se la acostumbraba a ver) algo desabrochada y los ojos bien abiertos. A su lado, Mark, su novio, estaba igual de desaliñado. Hice una mueca de espanto cuando deduje —dentro de mi ingenua mente— que se encontraban haciendo cochinadas en plena tienda. Tras volver del shock adopté la expresión seria. —Buenos días —saludé tajante, tal cual lo haría papá en mi situación.

𝐔𝐍.𝐁𝐄𝐒𝐎.𝐁𝐀𝐉𝐎.𝐋𝐀.𝐋𝐋𝐔𝐕𝐈𝐀─────────𝐒𝐏𝐑𝐔𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora