11. Pasado

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Ya estábamos en marzo. Mi sobrina llevaba un mes conmigo... y a mí me faltaban cuatro para irme. Aún no sabía cuáles eran mis objetivos para cuando volviera. ¿Qué iba a hacer con mi vida? No podía vivir de una herencia. Tenía que tener algún objetivo, algo a lo que aspirar... Entonces, pensé en cuándo lo tenía, cuando perseguía un sueño, y me dije a mí mismo que ni de coña. Eso se había acabado. Ya lo pensaría en los siguientes meses.

Era temprano, así que Roma aún estaba durmiendo. Encendí mi teléfono mientras bostezaba y me tiraba perezosamente en el sofá, esperando que dieran las ocho al menos para desayunar. Empecé a descartar las notificaciones... cuando una me llamó la atención.

¡Hola! @denagmzz_  ha publicado una foto.

Me faltó tiempo para entrar en su perfil y buscar la foto que había publicado. Era de ella. en una playa que reconocí al instante.

Y entonces me di cuenta.

Busqué la foto del atardecer que tenía publicada y caí en la cuenta de que eran del mismo lugar. La playa de los Genoveses.

Ahí estaba Dena: metida en el agua hasta la cintura, de espaldas y con la cabeza girada mirando hacia la izquierda. Estaba riéndose y casi pude imaginar su contagiosa risa, la preciosa e inigualable melodía que... Basta de cursiladas, Adriel, céntrate. 

Lucía una larga melena rubia que casi se sumergía en el mar junto a sus caderas, no llevaba puestas las gafas y se podía ver el lazo de un bikini aparentemente negro. Detrás de ella, un increíble atardecer se hundía lentamente en el agua, provocando un contraste de colores precioso en su perfil. 

Mentiría si dijera que no estuve al menos quince minutos pensando un comentario ingenioso, hasta que se me ocurrió uno.

 El atardecer es bonito, pero contigo al lado no brilla ni la mitad de lo que le gustaría.

Casi al instante me respondió. 

 Menos mal que no estabas ahí, porque, entonces, el cielo y yo nos quedábamos a oscuras.

Juro que no grité porque Roma dormía plácidamente en su habitación y no quise molestarla.

Me quedé mirando unos segundos más la foto, hasta que una inesperada llamada me interrumpió.

Mamá.

Me quedé congelado mirando la pantalla, esperando a que alguien viniera a despertarme diciendo que no era verdad, que nadie me estaba llamando.

Descolgué y el incómodo silencio fue más que evidente.

—¿Sí? —me atreví a decir.

—Hola, Adriel.

Nos volvimos a quedar callados, yo esperando a que ella respondiera y ella no sé a qué demonios esperaba, yo sólo quería que acabara ya.

—¿Qué tal Roma? 

Cómo no.

—Bien, bien. Me habías asustado, mamá —ironicé—, casi pensaba que me llamabas para interesarte por mi vida o por mi estado de salud. Adiós.

—Espera, hijo. Yo... ya sabes cómo están las cosas, hazme el favor de no complicarlas más.

—¿Que no complique...? ¡Por favor!

—Cálmate, Adriel.

—Las cosas llevan complicándose desde que nací, mamá, así que no me vengas con gilipolleces.

—Eso no es verdad y lo sab...

—¿¡El qué sé!? —grité, cabreado—. ¡Lo único que sé es que nunca he sabido lo que es tener padres! ¡Cuando pensaba que mi madre iba a estar conmigo porque mi padre me abandonó porque no me quería, tú me dejaste de lado por el mismo motivo!

Lo efímero de nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora