14. ¿Qué te parece...?

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—¡Elige, Roma!

—¡De eso nada!

—¡Roma deci...! —Dena me tapó la mano con la boca para que no hablara.

—¡Ah, que asco! ¡Me has llenado de babas!

—¡Roma, decide: concierto de Dena o película aburrida de princesitas!

Ese mismo día, a la hora de la cena, yo había insistido en que cantara alguna canción con mi sobrina delante. Ella, por supuesto, se negó en rotundo y pensó que era buena idea ofrecerle a la niña ver una película de Disney en vez de escucharla cantar.

—¡Quiero que la tita cante!

—¡Esa es mi niña! —celebré con Roma mientras que Dena refunfuñaba con el ceño fruncido—. Ahora... —cogí a mi sobrina de la mano y la senté en el sofá conmigo—, te toca cantar.

—Joder, si es que...

—¡Esa boca! —regañé—. Con todos ustedes... ¡Dena Gómez con All of me, de John Legend!

Habíamos montado un escenario, literalmente. Además de que era de noche, las persianas estaban cerradas. Nuestros móviles estaba posicionados con las linternas encendidas alumbrándola en la mesita de la televisión, en la que estaba la versión sin letra de la canción que iba a cantar. Lo que no sabía Dena era que mi teléfono, además de la linterna, tenía activado la grabadora de voz. 

Sí señor, nuevo tono de llamada.

Clavó sus ojos en los míos y empezó a cantar.

—What would I do without your smart mouth? Drawing me in, and you kicking me out. You've got my head spinning, no kidding, I can't pin you down. What's going on in that beautiful mind? I'm on your magical mystery ride. And I'm so dizzy, don't know what hit me, but I'll be alright. My head's underwater, but I'm breathing fine. You're crazy and I'm out of my mind.

"Cause all of me loves all of you. Love your curves and all your edges, all your perfect imperfections".

Sus perfectas imprefecciones...

"Give your all to me, I'll give my all to you. You're my end and my beginning, even when I lose, I'm winning".

Entonces, salí corriendo a mi cuarto. Ella me miró preocupada, pero le hice una señal para que siguiera cantando y eso hizo, mirando esta vez a Roma, que la escuchaba boquiabierta y sonriente.

Empecé a rebuscar rápidamente en el armario y después bajo la cama. Ahí estaba, enfundada y reluciente, sin ser usada durante más de cuatro años.

Acuérdate, Adriel, por favor.

Cuando Dena me vio entrar en el salón con la guitarra, algo en su mirada se iluminó. Miré la televisión, donde estaba la letra. Había tocado esa canción varios años atrás, pero apenas me acordaba de la partitura. Por suerte, la encontré rápidamente en Internet. Localicé la parte por la que iba Dena.

You're my downfall, you're my muse. My worst distraction, my rhythm and blues.
I can't stop singing, it's ringing in my head for you...

Y toqué la primera nota. Fue casi como acariciar las cuerdas. De pronto volví a convertirme en ese niño de seis años que soñaba con convertirse en un virtuoso guitarrista algún día. Imaginé la reacción de ese crío si me hubiera visto yendo a clases de guitarra a mis veinte años, desarrollando un increíble don que siempre había tenido para memorizar y tocar con facilidad partituras difíciles.

La miré a ella, concentrada en la letra y en la melodía que formábamos juntos. Casi parecía que la notas se escapaban del pentagrama volando a nuestro alrededor, encajando perfectamente unas con otras. 

Lo efímero de nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora