7. Familia

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Pocas fueron las palabras que nos intercambiamos ella y yo ese día. Me llevó a casa poco después de la conversación en su salón, y yo agradecí que la música del coche estuviera lo suficientemente alta como para que no escuchara a mi corazón latiendo a mil por hora. Las discusiones y peleas me agobiaban. No formaban bonitos recuerdos en mi pasado, y siempre que tenía algún encontronazo con alguien me ponía histérico, por no hablar de la forma de conducir de Dena. Ósea, montar con ella al volante en un coche era un suicidio, sobre todo a alguien como yo, que padezca de ocofobia. 

Para distraerme, había estado mirando en mi teléfono el perfil de Instagram de Dena. Hacía unas horas había subido una foto suya en una playa que reconocí enseguida.

—La playa de los Genoveses, ¿eh?

Casi inmediatamente clavó sus ojos en los míos, entre sorprendida y asombrada.

—¿La has reconocido? —preguntó prácticamente susurrando.

—Pues claro. Me he pasado media infancia allí. Bueno, no exactamente... más bien en Las Negras, pero supongo que también cuenta.

Vi un brillo de incertidumbre y curiosidad en los ojos, que ignoré volviendo la vista hacia la carretera. Ella en cambio, no paraba de mirarme de reojo.

—Adriel...—me llamó justo cuando iba a bajarme del coche para irme a mi apartamento.

—¿Sí?

—Nada, nada... buenas noches —aprovechó que yo ya había bajado para pisar el acelerador y marcharse de allí. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué estaba tan fría y distante conmigo?


Al día siguiente aproveché para darme una vuelta y visitar Estocolmo, aunque, siendo sinceros, tampoco tenía mucho que ver. Cuando el coche alquilado que casi me deja tirado en medio de la autovía y yo llegamos a casa, me sorprendió muchísimo ver siete llamadas perdidas de mi hermano Luca en mi teléfono. 

Alarmado, lo llamé varias veces, pero le dejé un mensaje en el chat vacío que teníamos en Whatsapp. 

Adriel: No sé qué te habrá pasado, pero seguro que algo muy grave como para que contactes conmigo, supongo. Espero tu llamada. 

Supongo que la relación con mis hermanos no era del todo perfecta. A ellos mi vida les importaba lo mismo que la de un desconocido, al igual que a mí las suyas. Supongo que el motivo principal fue el de la herencia de mi abuela, por la que pelearon y pelearon para terminar fracasando, pero que ese fuera el principal no quiere decir que fuera el único...

Ring. Mierda, ¿a quién se le ocurría llamarme a las cuatro y media de la madrugada?

Mientras me frotaba los ojos, se me paralizó el corazón. Mi hermano. Miré mi móvil corriendo y, efectivamente, la foto de un chico alto pero no más que yo, de ojos marrones como la tierra y de un pelo del mismo color que sus iris apareció en la pantalla bajo el nombre de Luca

—Dime —dije, severo.

—Eh... hola, Adriel, ¿qué tal?

—No me vengas con esas porque no estoy para gilipolleces después de todo y menos a estas horas, así que ve al grano.

—Bueno, siento preocuparme por ti —ironizó, suspirando. ¿En serio me venía con esas?

—No vayas por ahí, Luca, porque sabes que soy la última persona por la que te preocuparías. ¿Es que lo has hecho alguna vez? No, pues como me vengas con otra tontería te juro que te cuelgo el teléfono y bloqueo tus llamadas.

Lo efímero de nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora