5. Hasta nunca, hasta siempre

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Sí, lloré. Lloré al ver con mis propios ojos que no todo era negro ni gris. Que había destellos blancos y amarillos, azules y naranjas, mezclados con el verde menta de la aurora boreal.

—No me lo creo, joder...

—Hemos tenido suerte —susurró—. Las auroras boreales no son muy frecuentes. No se ven todos los años. Somos muy afortunados.

Mi mirada comenzó a seguir cada una de las estrellas y tonalidades que se fusionaban en aquella masa de luz. No recuerdo el tiempo que estuvimos allí parados. Solo sé que quise que durara toda la eternidad, y más.

—¡Vamos a hacer unas fotos antes de que se acabe!

Dena colocó su teléfono en un trípode que había traído sobre el césped húmedo por la nieve. A lo lejos, entre montañas y cordilleras, se podían ver más y más colores. Todo estaba lleno. Era como un rayo de esperanza en la tormenta.

Hicimos varias fotos: abrazados, tumbados sobre la nieve, mirando al cielo, mirándonos a los ojos, de la mano... Incluso riendo, corriendo y lanzándonos nieve. Intentamos capturar cada uno de nuestros movimientos en fotos y vídeos para que nunca jamás quedaran en el olvido.

—¡Estoy en el fin del mundo, joder!

Empecé a gritar como un loco, correteando y riendo por la nieve con cuidado de no caer por el acantilado que se sumergía en la oscuridad de la noche y que probablemente terminara en la ciudad. Dena me llamó, riéndose, diciéndome que me había grabado haciendo el tonto, pero me dio igual. Me dio igual porque era feliz.

Por el camino de regreso a casa me di cuenta de que eran más de las doce de la noche. Estuve mirando todas y cada una de las fotos, analizándolas al completo y fijándome en los más pequeños detalles.

—Pásatelas si quieres.

—¿Cómo me tienes agregado?

—Descúbrelo por ti mismo.

Esbocé una pequeña sonrisa al ver mi nombre junto a un pequeño corazón verde y un copo de nieve.

—Por cierto, ¿tienes Instagram? —me preguntó, insegura según me pareció.

—Sí, claro.

—Búscate ahí también, si quieres.

Asentí y me busqué a mí mismo. Tenía la cuenta pública, así que no hizo falta aprobar ninguna solicitud de seguimiento. No tenía ninguna foto subida, absolutamente ninguna, ni tampoco me seguía nadie que no fuesen mis amigos y mis hermanos.

Dena, sin embargo, tenía la cuenta privada y sí tenía una foto, de un atardecer en un lugar que me resultó bastante familiar, pero que no reconocí, con una frase escrita.

Ríe cuando haya lágrimas y llora cuando no queden risas.

—¿Qué miras? —sonrió al ver que estaba metida en su perfil.

—Esta foto. Es muy bonita. Lo mejor es la frase.

—Me gustó tanto que me la tatué.

Se remangó el brazo y sí, ahí estaba, ocupando desde la muñeca hasta el codo, la frase.

—¿Tienes más tatuajes? —le pregunté, intrigado.

—Solo uno más.

Esta vez se bajó un poco el calcetín, aprovechando que habíamos parado en un semáforo, y justo junto al hueso del tobillo había un pequeño cangrejo.

—¿Qué significa?

—Es el tatuaje que representa el cáncer.

Un silencio espeso inundó el coche. La miré, entre impactado y bloqueado. No supe que decirle.

Lo efímero de nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora