3. Una decisión

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Al día siguiente, fui a uno de los supermercados que Dena me había marcado en el folleto a comprar comida para mí y para mi compañero de piso, que no había salido de su habitación desde el día anterior.

Y... por si te preguntas qué paso con la chica, la respuesta es nada. No la llamé. Ni siquiera me lo planteé. No la conocía de nada, ¿por qué me había escrito su número? Mejor dicho, ¿para qué?

Opté por ignorar los numeritos escritos en la esquina del papel, y busqué el supermercado...

... y a que no adivinas quién trabajaba allí de cajero.

¡Premio para el caballero!

O caballera.

—¡Pero bueno! —exclamó Dena nada más verme, ignorando a la anciana que esperaba su cambio—. Si es Adriel... ¿te llamabas así? Sí, sí, es verdad... Ups, perdone, señora. Tenga.

—¿Se te ha olvidado de que eres una española en Suecia?

—Habrá que españolizar a los suecos. —Se encogió de hombros mientras la mujer la miraba con mala cara.

Yo negué con la cabeza, sonriente, y entré en el supermercado. Era un laberinto... o al menos a mí me lo pareció, porque estaba todo en sueco y no entendía una mierda.

—Can I help you?

Un hombre a mi lado se cruzó de brazos, con cara de amargado y con un letrero en su camiseta en la que ponía algo en su idioma.

¿Me había hablado en inglés o...?

—No, no, grac... ias...

Asintió y se fue. Yo seguí inspeccionando los pasillos, hasta al final volver con un paquete de macarrones para calentar y una botella grande de agua.

—Disfruta un poco la vida, chico. ¿No vas a llevarte alcohol?

Todos los músculos del cuerpo se tensaron ante esa palabra.

Negué con la cabeza, sin mirarla.

—Vaya, qué pena. Si teníamos descuento de dos por uno...

—Solo esto, gracias —finalicé.

—Bueno... —suspiró—. Pues ya sabes dónde trabajo. Te falta solo saber dónde vivo.

Dicho esto último, me guiñó un ojo y terminó de cobrarme.

—¡Ya nos veremos!

—Sí, adiós.

Yo volví a casa cabizbajo, dándole vueltas a todo y nada. Una vez allí, mi compañero seguía en la habitación —menuda fuerza de voluntad—, así que yo me sente en el sofá con el móvil y el folleto.

¿Y si...?

No, no.

No podía.

Pero...

¡Que no!

Negué con la cabeza, quitando la imagen de un mini-yo demonio y un mini-yo ángel de mi vista, y volví a mirar el teléfono.

Pasé de estar negándome grabar su número en mi móvil a pensar como empezar una conversación con ella por WhatsApp.

—No, esto no... eh... —empecé a balbucear ideas en voz baja hasta que Fran salió de la habitación.

—Salut, mon ami!

—S-sa... tul, satul... —murmuré sin entender muy bien lo que decía.

Fran se dirigió a la cocina entre carcajadas, donde vio lo que había traído. Entre traductores y diccionarios conseguimos entendernos: sus cualidades culinarias eran superiores a las mías, así que él se ocuparía de la comida... y yo de la limpieza.

Lo efímero de nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora