PRÓLOGO

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Sabía que ese pequeño viaje-escapada para olvidarme de todo había sido una completa locura. Lo sabía, me lo había advertido a mí mismo. Todavía recuerdo cuando subí las escaleras hacia mi habitación, cabreado, tras discutir con mi madre. Recuerdo como me miré a mí mismo en el espejo y vi el dolor reflejado en el gris de mis ojos. Juré que no dejaría que nadie a quien quisiera me volviese a hacer daño y me prohibí volver a querer a nadie. Porque, si tu propia familia te ha roto, ¿por qué no lo iban a hacer otros?

Pero nunca imaginé que romper a una persona sería tan autodestructivo. Tan doloroso, irritante y frustrante a la vez. Miré mis manos, temblorosas, y luego mi reflejo en el pequeño espejo que aún me quedaba por guardar en la maleta. Lo había comprado en su tienda, y prometo haber visto en mis iris, del mismo color que los suyos, su dolor reflejado.

Me tumbé en la cama por última vez. Nada era eterno, ella misma lo había dicho. Yo mismo lo había repetido. Y la promesa... los dos la habíamos incumplido.

Así que sí, nos lanzamos demasiado rápido por el acantilado y no supimos qué hacer cuando la corriente del mar del tiempo nos arrastró, separando nuestros caminos para siempre, convirtiendo el nosotros que habíamos creado en algo efímero con tan solo una ola.

Lo efímero de nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora