2. Nuevo comienzo

8 3 0
                                    

Me miré en el espejo. Pues oye... no tenía tan mal aspecto para ser una mañana de sábado con resaca.

Peiné el flequillo rubio un poco para arriba para luego volver a aplastarlo. Me estiré perezosamente, mirando aún mi reflejo. Tenía unas ojeras... Mamá me iba a matar.

Medité unos segundos más en la habitación. Lo único bueno que había heredado de mi padre era el físico. No quiero colgarme medallas ni nada por el estilo, pero en esos tiempos no era un chico horriblemente feo, ni tampoco jodidamente guapo. Rubio, con ojos grises, pálido (lo que tiene ser del norte y no de zona costera), alto, delgado... Era más bien normal.

Bajé al salón, donde estaba ella tomándose un café con tostadas acompañada por el programa del mediodía de la televisión, y me recibió con una mueca de espanto.

—¿Nunca vas a aprender a...?

—Mamá... —resoplé, aburrido—. No empecemos un sábado por la mañana.

—¿Tú te crees que esto es normal? ¿Cuándo vas a madurar, como tus hermanos?

—Y dale con mis hermanos... Que sí, joder, que son perfectos, que son los mejores.

—No es eso, Adriel, es... Mira Marco: comprometido y con una familia y casa. Y Luca más de lo mismo: su propia empresa y una novia genial, empresaria también.

—Te has saltado la parte en la que dices lo gil...

—Adriel —advirtió en tono serio—. No hables así de...

—¿Yo de ellos no, pero ellos pueden decir de mí lo que...?

—Adriel...

—No, mamá, estoy harto.

Volví a mi habitación, donde me alojaba en casa de mi madre. No, no tenía casa. Ni novia. Ni... nada, ni siquiera trabajo. Solo dinero que me había dejado la abuela al morir.

Siempre fui su nieto preferido, para qué negarlo. Pero nunca imaginé que podría darme a mí toda su herencia. Toda. Tal y como lo oyes... o lees. Toda una herencia para un niño de diez años.

Ya me tenía que querer, ¿eh?

La echaba muchísimo de menos. Era la única que me entendía, que comprendía mi caos interior y estaba ahí para desenredarme.

Así que así fue como pasó. Mamá siguió echándome en cara lo fantásticos que eran mis hermanos... y me fui de casa. Me pasé el día de un lado a otro, de bar en bar y cafetería en cafetería investigando vuelos, alojamientos y lugares.

Y así encontré el más barato: Suecia. ¿Por qué no?

¿Y por qué sí?

Mierda, Adriel del pasado. Haberte hecho esa pregunta antes...

Esa noche la pasé escuchando Estopa con los auriculares puestos y la pantalla del ordenador con la página de compra de vuelos abierta.

La semana siguiente, a mamá no le extrañó verme preparar maletas, ni ver desaparecer mis cosas de la casa. Tampoco le extrañó no verme la mañana siguiente o escucharme salir de casa a las cinco de la madrugada.

Y a mí no me extrañó no volver a saber nada de ella.

Y ahí empezó mi nueva vida.

Lo recuerdo como si fuera ayer...

—¿Una ayudita?

—¿Hablas español?

—No. ¿No notas mi acento sueco? ¡Pues claro que sí! Bueno, a ver, ¿a dónde quieres ir?

Lo efímero de nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora