20. Yo amé una vez

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Me desperté escuchando golpes en la puerta de mi casa. Bostecé, intentando enfocar bien la vista para mirar el reloj. Las diez. 

Mierda, ¡Roma! 

Me acordé de que era viernes, y de que ese día me había dicho que tenía una fiesta especial o algo así. Corrí a lo que había sido su habitación durante unas cuantas semanas... y vi que la cama estaba perfectamente hecha, sin ninguna señal de que alguien hubiese dormido allí. Me revolví el pelo, pensando a toda velocidad y caí en la cuenta de que había dormido en casa de Dena, y quien aporreaba la puerta como si le fuera la vida en ello probablemente sería ella.

Efectivamente, una Almudena con cara de enfadada, con los brazos cruzados y ropa que parecía de estar por casa estaba apoyada en el marco de la puerta, mirándome fijamente.

—Creo que se te ha olvidado que tienes una sobrina viviendo contigo.

—Y yo creo que a ti se te ha olvidado que mi sobrina estaba en tu casa —me defendí, aunque en realidad no llegamos a acordar quién la tenía que llevar al colegio.

—¡Abro la tienda a las nueve!

—¡A la misma hora que entra Roma!

—¡Exacto, no me daba tiempo!

—¡Sí que te daba: dejas a la niña y te vas a trabajar!

—¡El colegio está a diez minutos!

—¡No creo que haya muerto nadie por esperar diez minutos! A todo esto... ¿qué haces aquí? 

—Hoy he pasado de abrir. Entre que no llegaba a tiempo y que toda la mercancía que he pedido me llega el lunes, me he tomado un descansito.

—¡Y para eso me la lías!

Sonrió como un angelito y entró a mi casa.

—¿Ya sabes el horario que vas a hacer?

—Sí —dijo distraídamente mientras robaba comida de la nevera—. De lunes a viernes, por la mañana de diez a dos, y por la tarde de cinco a nueve.

—Dena, son ocho horas diarias tras un mostrador. ¿De verdad sigues con la idea de no contratar a nadie?

—Es que... no sé, Adriel, no entiendo su idioma, no va a haber comunicación y...

—Contrátame.

—¿En serio?

—Sí. Van a ser unos meses nada más... pero, ¿y qué? Así yo te ayudo y pasamos más tiempo juntos. Todo son ventajas.

Apartó la mirada, ruborizada y pensativa, antes de asentir.

—No me hace falta ni cobrar, por si lo estabas pensando.

—Sí hombre, vas a trabajar sin nada a cambio. No te lo crees ni tú.

—¡No me hace falta el dinero!

Tras un rato discutiendo, decidimos que yo ganaría un pequeño porcentaje de lo ganado a fin de mes, aunque probablemente acabaría buscando una excusa para que no me pagara nada. Cuadramos los horarios y al final acordamos hacer un turno los sábados por la mañana, las mismas cuatro horas pero turnándonos cada dos. Entre semana iríamos improvisando: si había mucha gente en la tienda, nos quedaríamos los dos. Si había poca, haríamos descansos puntuales de media hora o cuarenta y cinco minutos. 

Fuimos a organizarla y a limpiar. Tenía pocas cosas, la mayoría souvenirs u objetos básicos que podíamos encontrar en Suecia, ya que la mercancía española tardaba más en llegar al venir de otro país. Dividimos el local en dos partes, con un mostrador por cada una: el lado sueco y el español. Yo me ocuparía del de nuestro país y Almudena del otro, ya que ella entendía y conocía mejor las cosas de por allí. 

A su vez, en cada zona se diferenciaban varias partes: la de comida —en mi caso, yo vendía platos españoles como paella, gazpacho...—, la turística —con souvenirs, así como fotografías, planos, imanes...—, la de ropa —por ejemplo, trajes de gitana, camisetas con fotos y letras...— y finalmente el mostrador. Había quedado bastante bonito todo, y lo estaría más aún cuando llegaran el resto de cosas.

Me alegró ver que todas las horas trabajando en hacer de ese local la mejor tienda habían dado su fruta, pero más aún la cara de felicidad de Almudena con el resultado de su pequeño negocio.

Me acerqué a ella, pasándole una mano por encima de los hombros y mirándola.

—¿Contenta?

—¡Más que eso! Es... ¡increíble, ha quedado preciosa! —se separó de mí y me plantó un beso en los labios—. Creo que por primera vez en la vida estoy orgullosa de mí misma.

—Yo también lo estoy de ti, aunque no puedo decir que sea la primera vez.

Sonrió, entusiasmada, y me abrazó.

—Vamos a recoger a Roma. Esto habrá que enseñárselo —le dije, tirando de ella para guiarla al colegio.

—Ella nunca podrá ver la tienda con todas las cosas, terminada al cien por cien... —se lamentó.

—Ey, ¿quién sabe? A lo mejor algún día odia al idiota de su padre y decide venir a vivir a un bloque de hielo; así, a lo loco, como tú y yo.

—No digas eso de tu hermano.

—Digo la verdad: es idiota.

—¿No se supone que ya estáis... bien?

—Oye, que me cambió por intentar quedarse con una herencia; me merezco guardarle rencor —me reí, sabiendo que, en el fondo, era una pequeña herida que tardaría años en cicatrizar.

—Bueno —me dio un apretón en el hombro como si hubiera podido leerme el pensamiento—, vamos a por tu sobrina.

Nuestra sobrina —corregí—, según ella.

Ambos volvimos a reír y caminamos hacia el colegio, yo con un brazo sobre sus hombros mientras la miraba. Desde luego, con Dena  me convertía de nuevo en un crío de quince años enamorado. De esos de hoy en día, que creen que el futuro está lejos e intentan aprovecharlo todo al máximo, disfrutando de su adolescencia, cayendo frente a amores imposibles y haciendo planes lejanos que nunca se llegarán a cumplir. De esos críos que creen que el amor es algo fácil, común, justo y eterno.

Nada de eso. El amor es, literalmente, todo lo contrario a fácil. Es difícil, por no decir imposible. No es nada común, nada habitual ni que ocurra a menudo. El amor no se manifiesta en esa relación poco duradera que tienes con catorce años. No, eso es atracción. Atracción que sienten críos no tan críos cuando están en la época en la que creen que todo va sobre ruedas y que el mundo está sobre sus manos, con todo a su alcance. Para nada es justo. Es cruel, cruel con las personas que aman y merecen ser amadas pero nunca lo llegan a ser; cruel con las chispas que surgen entre almas perdidas y medias naranjas que jamás vuelven a encontrarse y cruel con la gente que está aprendiendo a amar y la única lección que se llevan es que es algo horrible y doloroso. Y eterno... Ojalá no tuviera que negarlo. Ojalá pudiera decirte que sí, que es eterno, correspondido y bonito. Ojalá poder asegurarte que querer a alguien es una buena opción, que darlo todo por alguien es algo que merece la mena y, sobre todo, que es cien por cien duradero.

No lo es. Eterno es una palabra muy relativa. Es algo... casi de cuento de hadas, ¿no crees? Una palabra bonita, en eso se resume, de esas que se tatúa la gente y que le dices a tu pareja con la esperanza de que va a durar más que la anterior. 

Yo amé una vez. Sólo una. Bueno, en realidad... creí amar dos veces. No, me equivocaba: fue solo una. A una misma persona durante tantos años. Claro que no estuve desde los dieciséis años siéndole fiel a esa niña de catorce años que conocí durante mes y medio, porque, de hecho, lo máximo que llegué a hacer con Almudena fue darnos un abrazo de despedida. A lo largo de mi vida he conocido mucha gente, muchas personas que han pasado por ella como barcos de vela, que estuvieron ahí en un momento concreto hasta que la corriente se las llevó. He querido, pero no me he enamorado más de una vez. De más de una chica.

Solo de ella.

Sí, me había enamorado. Estaba completamente perdido por Dena.

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⏰ Última actualización: Jul 22, 2023 ⏰

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