13. All of me

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—¿Qué tal el cole, Roma? —le pregunté a mi sobrina el viernes, al recogerla del colegio.

—¡Muy bien! —exclamó ella, contenta—. He hecho un nuevo amigo. Se llama Mike, creo...

Me empecé a reír cuando dudó sobre su nombre.

—¿Y qué tal? ¿Es guapo?

—¡Tito! Es un poco guapo... pero no me gusta.

—¿Cómo es? —me interesé al ver su reacción.

—Como todos. Rubio con ojos azules —puso los ojos en blanco, suspirando.

—¡Si son todos cómo príncipes!

—Ya... —murmuró.

—¿Tú no decías que querías ser cómo una princesa de Disney? —pregunté, recordando la conversación que habíamos tenido días atrás viendo una película. Tito, ¿tú crees que de mayor voy a encontrar a un príncipe azul? Sí, ¡de esos que salen en las pelis!—. Imagínate... ser cómo Ariel, la sirenita.

—Eric es moreno, no rubio —resopló.

—Bueno, lo mismo es.

—Me gusta más Ariel que Eric.

Dicho esto, puso los ojos en blanco y aceleró el paso.

Esta niña apunta maneras... Me empecé a reír y me apresuré a seguir sus orgullosos pasitos.

Al llegar a casa descubrí que había olvidado mi teléfono en casa. Ahí estaba, sobre la cama sin encender desde el día anterior. Lo encendí y descubrí que tenía dieciocho llamadas perdidas de mi hermano.

Cómo no...

Contestó al primer tono.

—¡Se puede saber qué te pasaba! ¡Me tenías preocupado, un maldito día sin contestar! ¡Pensé que le había pasado algo a mi hija! Como vuelvas a pegarme un susto así...

—Vale, pesado, ¿qué quieres?

Escuché un suspiro y me senté en el sofá. Eso daba para largo.

—Verás... ayer fue el juicio por la custodia. Resulta... resulta que nos la turnamos de semana en semana. Hablamos como personas normales y acordamos el colegio de la niña, quién se quedaba la casa, etcétera.

—¿Quién se la queda? —me interesé, no sé ni por qué si ni siquiera sabía dónde estaba viviendo.

—Yo. Me dijo que no me preocupara, que su padre tenía unos apartamentos o no sé qué historia junto al colegio de Roma y que iba a vivir ahí. Le salía más rentable... y mejor para mí.

—Anda, al menos ha pensado en los dos.

—Sí... no hemos acabado tan mal como pensábamos.

—Eso es bueno—afirmé.

—Hemos mirado sobre todo por nuestra hija. No queríamos nada traumático para ella. Lo mejor es que vea que el amor no tiene por qué acabar mal, y que amar a alguien es distinto a querer.

Me quedé pensando en esa frase hasta que mi hermano me sacó de mis pensamientos parloteando.

—...así que todo bien. Bueno, te tenía que decir una cosa.

—¿Sí? 

—¿A qué día estamos?

—¿Tan pobre te has quedado que no tienes ni para un calendario? —bromeé.

—Es que la herencia te la quedaste tú, capullo —me asombré ante su comentario, pero decidí dejarlo pasar.

—Estamos a... viernes, once de febrero.

Lo efímero de nuestra historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora