Capítulo 3

293 36 1
                                    

Ese domingo comenzó caótico. Draco recibió un mensaje indicando que el árbol de navidad que compró no incluía la entrega. Él peleó por teléfono, se molestó, hasta hizo una pataleta que hubiera enorgullecido al Draco de trece años, pero no consiguió nada. Así que recibió en la planta baja su arbol de navidad, que la verdad, era más grande de lo debido - él no pudo resistir la tentación de tener un árbol grande esta Navidad.

Tal vez estaba solo, si. Tal vez no tenía familia. Tal vez nadie le iba a dar presentes excepto alguno que otro compañero de trabajo o el obligado presente corporativo de la Academia de Lenguas o el del Café, pero Draco quería un árbol de navidad hermoso.

Nada superaría jamás los árboles de Navidad de la Mansión. El del comedor, inmenso y lleno de adornos rojos mágicos. El del vestíbulo, majestuoso, con nieve que no se derretía y con hadas, aves que volaban a su alrededor y duendecitos que bailaban en las ramas. Menos el del salón del té, donde abrían sus regalos el día de Navidad y que tenía luces blancas y verdes porque así le gustaba a Draco.

Pero Draco amaba los árboles y así que tuviera que resignarse y usar magia, iba a tener uno en casa para el Día de Navidad.

Usó el viejo Wingardium Leviósa para subirlo desde la ventana cuando por fin lo entregaron a las seis de la tarde, pero no dirigió bien el hechizo por falta de práctica y rompió una ventana de la planta baja. En unos minutos, Favio, el hijo de la dueña del edificio, un hombre adulto de comportamiento un poco aniñado, algo obeso, poco inteligente, desaliñado y que juraba que Draco podría ser conquistado de alguna forma por su persona, subió a tocar su puerta y a reclamarle.

"Pero Draco, ¿cómo?, ¡cómo es que subes un árbol de navidad por la ventana!, no entiendo, ¿acaso usabas una cuerda? ¡Un árbol pesa mucho para ser subido desde tan alto!"

"Eh, si", dijo Draco agradeciendo la coartada, "Se rompió, Favio, eso creo, la cuerda falló y perdí la dirección cuando lo subía. Lamento lo de la ventana. Yo lo pagaré, por supuesto, envíame la factura", dijo parado en la puerta vistiendo su más feo suéter navideño – feo pero muy abrigado – deseando que Favio se fuera para empezar a adornar su árbol pronto.

"Pero Draquito, eres un tontico", dijo Favio intentando sonar meloso, "Tú sabes, yo soy un tipo fuerte", alzó su brazo y simuló sacar músculo sin lograrlo ni por el grueso suéter, "¿Por qué no me pediste ayuda? Tú eres demasiado bonito y delicado para estar haciendo ese esfuerzo, ¡Para eso me tienes a mí!", dijo y empezó a mostrar intenciones de entrar al piso, pero Draco se cuadró en la puerta como mejor pudo considerando la diferencia de volumen con el 'heredero' del edificio.

"Oh, gracias, Favio, pero sé que eres una persona muy ocupada, no faltaría más"... y fingiendo un bostezo empezó a cerrar la puerta casi en las narices del galán deslucido, "Bueno, gracias y que pases una feliz noche, yo... debo descansar", dijo y antes de que Favio tuviera más tiempo, cerró la puerta y de verdad, casi le dio contra la cara.

Draco suspiró aliviado se giró y sonrió al mirar a su árbol. Le había costado pero allí estaba, listo para ser adornado.

Draco primero fue a su pequeña cocina y alimentó a su gato, Toby, un ejemplar gris oscuro un poco deslucido, viejo, no muy bonito pero si muy mimado, el gato le hacía ascos a todo y era más presumido que el Draco de once años; miró con desdén la comida que Draco le puso en la misma mesa donde él comió una cena precocida de esas que vienen congeladas, mustia y de apariencia poco atractiva, pero que Draco se tragó sin saborear por el apuro y la emoción de adornar su árbol, y luego de lavar con un poquito de ayuda mágica los pocos utensilios que usó, empezó a desembalar unos adornos que cuidaba como un tesoro para ponerlos estratégicamente en su árbol.

Draco no se permitía atesorar muchas cosas, tenía poca ropa, sus libros favoritos, una decoración minimalista, pocos adornos, no tenía fotos ni cuadros, no guardaba mucho que tuviera que cargar si tenía que dejar ese piso, pero lo que si guardaba con emoción eran sus adornos de navidad: había unas pequeñas bambalinas de colores rojo, plateado y verde que ponía alrededor del árbol lo más equitativamente posible; unas piezas de madera pequeña que le habían costado una fortuna en una venta de garaje de cosas de segunda mano - o al menos lo había sido para él con sus pocos ingresos - pero eran hermosas y habían valido la pena: diez pequeños cascanueces de colores que era una de sus posesiones más queridas y cuidadas; luces mágicas que le había comprado al duende de su calle por una fortuna tres años atrás y afortunadamente aún servían, y una estrella que logró llevarse de la Mansión envuelta entre sus ropas y que era de vidrio, no era sino un adorno más de los árboles de navidad menos importantes de su antigua casa, pero venía de allí, de lo que fue su hogar, y para él valía muchísimo sentimentalmente.

Por supuesto, su árbol quedaba un poco – bastante – desnudo, y a su pie, no había prácticamente regalos, pero para Draco, era como volver a ser niño de nuevo, sentir el olor del pino y la calidez que le daba a su corazón, valían cada segundo del esfuerzo que hizo para comprarlo, subirlo al segundo piso donde vivía y la factura que tendría que pagar – sin contar los avances de Favio – por la ventana rota.

Draco se durmió feliz esa noche reconfortado por las luces del árbol, soñando que faltaba tan solo un día para Navidad, y que aunque seguro el día siguiente sería duro porque montones de ávidos compradores entrarían en el café a descansar del frío y comer algo para seguir con sus compras de última hora, todo el día de Navidad sería para estar en casa con su gato, ver películas viejas de navidad en el antiguo aparato de televisión que incluía el apartamento, y tal vez ir a patinar un rato si el clima se lo permitía en la pista adaptada no muy lejos de su edificio.

-*-

Las cosas no salieron como Draco las planeaba. En su descanso, mientras comía un sándwich que trajo de casa con una taza de té, Loraine se acercó y le entregó uno de sus chocolates favoritos, o mejor dicho, se lo arrimó frente a él y le miró circunspecta.

Draco miró el chocolate mientras masticaba y luego a su gerente y meneó la cabeza negando con firmeza.

"No, Loraine", dijo. "No lo haré. No voy a trabajar en Navidad" y la mujer madura puso cara de tragedia y juntó las manos en aptitud suplicante.

"Oh, Dylan, por favor", dijo ella con voz quejumbrosa. "Sé que es injusto. Sé que el año pasado también te tocó a ti, y el anterior, y prometí que este año le tocaría a alguien más, pero la madre de Claire se ha enfermado, no es su culpa, no podría dejar a su madre sola en el hospital en Navidad para trabajar en el Café, ¿no te parece? En cambio tú..."

"Yo no tengo familia ni nadie con quien pasar Navidad... ¿eso es lo que dirás? Porque no tengo seres queridos, tengo que ser el único disponible para trabajar en un día de Fiesta", dijo Draco con amargura y tomó el chocolate y empezó a comerlo con rabia, odiando que estuviera tan sabroso y más aún el saber que no podría negarse a trabajar en Navidad.

"No habrá muchos clientes, y podrías cerrar temprano, ya sabes, máximo a las cinco de la tarde ya tendrás todo cerrado e irás camino a casa", Draco la miró con rencor pero no dijo nada. Suspiró y se resignó a no ver las películas y pensar que tal vez tendría que contentarse con solo ir a mirar un rato a la pista de patinaje y luego ir a casa a descansar para otra dura semana de trabajo.

"Solo espero que Claire me lo compense para Año Nuevo", dijo resignado y la mujer sonrió triunfante, le apretó el brazo.

"Ese es mi muchacho", le dijo y Draco odió sentir afecto por ella y que su jefa fuera una de las pocas personas en que confiaba un poco y con quien podía conversar, esto lo hacía demasiado manipulable y vulnerable para situaciones como estas.

-*-

Esa noche, Draco cenó otra comida precocida congelada navideña, cuya ensalada estaba mustia y el pavo seco, pero sin embargo, él se sintió dichoso de estar en casa. Vio películas viejas, aunque no hasta muy tarde porque tenía que trabajar al día siguiente, su gato se dejó abrazar, lo cual supuso era un milagro navideño, y dormitó de cansancio en el mueble, hasta que luego se pasó a la habitación donde lloró un poco recordando su madre y sus vísperas de Navidad en su antiguo hogar. Sin embargo, estaba tan cansado que se durmió pronto mientras las luces del árbol iluminaban de colores su cuarto de forma reconfortante.

Al Ver que DormíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora