II ☾

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En el pasado, Angel siempre tuvo problemas de dinero. Su familia no era pobre, pero era una vorágine de caos, y Angel era demasiado vago como para siquiera intentar sobrevivir en ese ambiente, así que nunca ganó muchos puntos con sus padres. Siempre supo que, cuando saliera de casa, tendría que valerse por sí mismo, lo que significaba trabajar. Y al principio hasta lo intentó. El primer trabajo en el que lo aceptaron fue de pinche de cocina en un pequeño restaurante del centro. No tenía experiencia, pero tenía una cara bonita y, como se había criado en Colorado, hablaba inglés con fluidez.

Ahí conoció a Aki, quien llevaba un uniforme más completo que el suyo. Era de cocinero, blanco con un delantal negro. No tenía gorro, y ya entonces llevaba su característica coletita en lo alto de la cabeza.

—Hayakawa, te presento al nuevo ayudante —dijo el jefe de ambos desde la puerta de la cocina—. Enséñale todo lo que tiene que saber.

Y los dejó solos.

—Soy Angel. Encantado —saludó con una dicción perfecta, pero sin la típica cortesía japonesa, y más bien con desgana. Todavía no se acostumbraba a las costumbres orientales ni a fingir entusiasmo por el trabajo.

—Encantado —le correspondió Aki, con un tono de voz parco y seco—. ¿Tu apellido es...?

—Shizuku, pero Angel está bien. ¿Me repites tu nombre?

—Hayakawa Aki.

Angel asintió y se rascó la cabeza. Se había hecho una coleta para trabajar.

—Aki, ¿el trabajo es muy pesado? —preguntó con verdadero interés.

—Prefiero Hayakawa, si no te importa. El trabajo no es difícil. No te han contratado para cocinar, ¿no? De momento puedes ayudarme a mantener limpia la cocina y lavar los platos, ya con el tiempo irás aprendiendo otras cosas. Ven, te haré un tour.

Angel suspiró. Un tour. Limpiar. Sintió que la energía le bajaba a menos diez. Siguió a Aki por la cocina, sin preguntar, sin reparar realmente en lo que le enseñaba.

—¿Y cuándo es el descanso? —preguntó en algún momento.

—Tu turno es de tres horas, ¿no? —preguntó Aki mirándolo con su expresión vacía. Era pura cortesía. Si hubiera sido amigo de Shizuku, le habría hecho una mueca de extrañeza—. Solo hay descansos a partir de cinco.

Angel abrió la boca, desconcertado. Parecía que le acababan de decir que un familiar suyo había muerto.

—¿Cómo?

—Tengo que empezar a cocinar —dijo Aki mirando el reloj que había sobre la puerta—. Normalmente siempre tenemos preparado el arroz y los fideos antes de que lleguen los clientes. Puedes quedarte a mi lado y te iré indicando qué cosas puedes llevarte para lavarlas.

Y eso hizo Angel. Se adhirió a Aki y vio todo lo que hacía con su desinterés general.

—¿Te dejan comer lo que sobra? —preguntó después de un rato.

—Sí, al final del día puedes llevarte cosas, pero yo normalmente no lo hago —le explicó mientras escurría el arroz—. ¿Por qué? ¿Tienes hambre?

—Sí. No tengo nada en casa —suspiró. Qué dura era la independencia—. ¿También dan helado?

—No, aquí solo se sirve comida tradicional, la carta es muy pequeña —explicó Aki, y se sintió tonto por hablarle así a una persona adulta. Le tendió a Shizuku una olla con varios cucharones y dijo—: ¿Puedes lavar esto, por favor?

Angel estuvo a punto de decir que no, pero recordó a tiempo que ahora ese era su trabajo. Y sin helado. Suspiró y asintió con la cabeza. Metió los trastos en el primer fregadero que encontró y tardó una eternidad en lavarlos. La espuma que hacía el jabón era muy blanca, como la del mar. Y el agua salía tibia. Tan rica. Le dieron ganas de meter los pies.

Out of touchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora