VII ☾

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Angel se disculpó con sus seguidores por haber faltado tan abruptamente a la firma de libros, pero pidió discreción y no dio detalles de la «emergencia» que vivió ese día. Tampoco lo mencionó por escrito en ninguna de sus redes. Lo cierto era que, si la mella que dejó el incidente no había sido suficiente para alejarlo de volver a ponerse ante las cámaras como si nada, en parte fue por los buenos recuerdos que se llevó del mismo día. Los recuerdos con Aki. Angel no tenía tantos amigos como parecía, y necesitó como nunca recurrir a sus seguidores para contar el reencuentro con su Wild Raven. Solo la parte buena. Como en ningún momento se le cruzó por la cabeza que Aki pudiera ver un directo suyo, se explayó para contar las cosas como si las escenas fueran parte de un dorama. Aun así, al final del capítulo regresó a la realidad diciendo con un suspiro atormentado:

—Pero no soy su tipo. No creo que lo vuelva a ver. Lo siento, chicos, las alas siguen rotas.

Y siguió hablando de las mismas boberías de siempre con la expresión lánguida que lo caracterizaba.

Sin embargo, ni desahogándose con sus seguidores consiguió exorcizar a Aki de sus pensamientos. En uno de sus momentos contemplativos, tumbado en el sofá de su apartamento, le picaron los dedos por buscarlo en todas las redes sociales, pero no lo encontró. Sin embargo, en todo el mar de personajes que él seguía, reconoció una coletita muy particular en una fotografía. Se sentó de golpe. ¿Cuáles eran las posibilidades? Miró la publicación con lupa. La habían sacado en un torneo de judo. Judo era igual a Aki. Angel ni siquiera lo pensó. Entró al perfil del conocido y le escribió.

Llegó el sábado.

Angel se bajó del Subaru negro con el cabello más peinado que nunca, pero igualmente suelto al natural, y vistiendo unos pantalones largos para ocultar sus rodillas, pero holgados para que no le rozaran. Habían sido la elección correcta porque los llevaba entallados en la cintura y le hacían buen culo. Y encajada en esos pantalones color café, tenía una camisa color crema y un chaleco de lana beige.

—¿Estás seguro de que vas a estar bien? —preguntó Ringo desde el auto.

—Sí, no estaré solo.

—Llámame para recogerte. Entra, entra. Que yo te vea.

Angel asintió y reparó en el enorme gimnasio frente a él, anexo al campus de una de las mejores universidades de Tokio. Se despidió de Ringo con la mano y se unió a las personas que ingresaban al recinto. Dentro, el techo era altísimo y estaba bien iluminado. Las gradas eran modestas pero amplias, y a fin de cuentas lo que importaba estaba en el centro. A Angel se le aceleró el corazón cuando distinguió a los uniformados enfrentándose sobre el clásico tatami de judo. Sus párpados se abrieron un poco más buscando a una cara conocida, pero no la encontró. Y cuando alguien le chocó el hombro empezó a desesperarse. Con prisa sacó su teléfono y mandó un mensaje: «Ya llegué. Estoy por las gradas, al lado de la entrada. ¿Puedes venir a buscarme?»

Unos minutos después apareció Tachibana, con su sonrisa amplia e ingenua enmarcada en ese par de mejillas anchas. Seguía llevando el pelo castaño tan corto como siempre, pero era la primera vez que Angel lo veía vestido con un kimono de judo. Él tampoco había crecido mucho desde el instituto. Era apenas un poco más alto que Angel, aunque casi el doble de corpulento.

—¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo!

—Tachi —suspiró Angel lleno de alivio. Ya no estaba solo—. Estás fuerte —comentó como el occidental que era—. Perdón, ¿te saqué de la competición?

—No, no, qué va. Todavía están compitiendo los de primero, los de segundo y tercero seguimos dentro. —Tachibana señaló una puerta que parecía el acceso a los vestuarios—. Queda por lo menos una hora de competición.

Out of touchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora