VIII ☾

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Aki tocó el timbre del apartamento de «Patrick y los estudiantes de intercambio» exactamente dos horas y media después de despedirse de Shizuku y Tachibana. Había ido a la competición en coche, así que le había dado tiempo de volver a casa, comer, lavar los platos, fumarse un par de cigarros y debatirse entre llevar el pelo suelto o amarrado durante un buen rato. Al final se lo había dejado suelto. Denji siempre le decía que estaba mejor así. ¿Que cuánto valía la opinión de Denji en ese tema o en cualquier otro? Pues muy poco, pero era la única que Aki tenía.

Aunque consideró hacerlo, no se cambió de ropa porque no quería que pareciera que se había esforzado. Sin embargo, salir de su casa un sábado a las ocho para ir a una fiesta de estudiantes de segundo era esforzarse más de lo que lo habría hecho nunca por nadie, exceptuando quizá a la señorita Makima y las horas extra no remuneradas que hacía solo por estar un rato más con ella. Pero de aquello hacía ya mucho tiempo.

Patrick le abrió el portal y Aki subió en ascensor hasta la quinta planta.

—¡Hayakawa, qué sorpresa! —exclamó Patrick en cuanto le dio la bienvenida al apartamento. Hablaba japonés con un acento muy marcado—. Pasa, pasa, aquí te conocen todos —le dijo dándole a Aki unas palmadas en la espalda que lograron incomodarlo.

—Gracias —dijo, aun así—. Tachibana no me dijo cuánto dinero había que poner, pero...

—Para, para —le ordenó Patrick, agarrándolo de la muñeca para que no terminara de sacarse la cartera del bolsillo—. Nuestro compañero veterano y estrella de tercero está más que invitado. No me pagues nada.

Aki hizo una mueca, indeciso.

Saltaba a la vista que los estudiantes de intercambio de la Nittaidai tenían tanto o más dinero que los alumnos japoneses, y eso ya era decir bastante. Aki habría apostado un dedo a que seis meses de alquiler en ese ático en el centro de Tokio con múltiples habitaciones y aquel gigantesco ventanal desde el suelo hasta el techo costaba más que la matrícula de la universidad.

La música occidental y las luces tenues llenaban el aire. Un ambiente más propio de una fiesta multitudinaria que de aquella reunión de judokas y amigos. O quizá Aki, a pesar de sus intentos por evitarlo, había llegado demasiado pronto.

Buscó con la mirada a su alrededor, esperando que otra persona en particular también se hubiera adelantado.

Lo encontró apoyado en la puerta corredera de cristal que había en un extremo del ventanal y que daba a un inmenso balcón. Shizuku se había presentado con unos pantalones anchos de talle alto, de tela vaquera con los que parecían enormes manchas desteñidas en forma de corazón por toda la longitud de la pierna; y un jersey rosa con glitter cortado por encima del ombligo que dejaba ver parcialmente sus costillas. Aki tragó saliva. Había visto fotos de Shizuku llevando solo ese crop top de manga larga y ropa interior. Se fijó en que ya tenía una bebida en la mano y hablaba con dos chicos, también occidentales, que le sacaban al menos dos cabezas. Debían de ser más o menos de su altura. A pesar de la distancia y la falta de luz, se dio cuenta de que no estaban hablando en japonés por la forma en la que Shizuku movía los labios, untados con algo pegajoso y brillante.

Aki tenía muy buena vista. Ese era otro de los motivos por los que habían aceptado su candidatura en Servicios Públicos, y aún a día de hoy acarreaba los vicios de la profesión. Leer los labios era algo que a menudo hacía durante sus misiones.

Al otro lado del salón, Angel movió el cuello, cansado de mirar hacia arriba y de estar de pie.

—¿Nos sentamos? —le dijo a sus acompañantes, sin importarle por qué parte había interrumpido la conversación, y fue el primero en girarse para buscar donde ir a postrar su lánguida existencia.

Out of touchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora