XIII ☾

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Después de eso terminaron de comer en relativa calma, hasta que llegó el momento en el que se dieron las buenas noches y cada uno caminó hacia su habitación. Angel volvió a sentir envidia cuando vio a Makima y a Denji irse juntos con las manos enredadas. Era una noche fresca, con algunas nubes a merced del viento y la luna casi llena. Soplaba un aire melancólico y encantador, que con el murmullo del agua y los silbidos del bambú creaba un ambiente idílico. Era, en conclusión, una noche para estar acompañado. Pero, cuanto más se alargaban los minutos, más pensaba Angel que tendría que pasarla solo. Se había puesto su pijama, pantalón corto y camiseta de calaveras blancas sobre un fondo rosa, y estaba tirado en el tatami viendo pasar sus esperanzas. ¿Ya había pasado una hora? No quería mirar el reloj. Pero se fijó en su teléfono de todas formas, por si Aki le hubiera escrito para decirle que se le había hecho tarde. Sí que había pasado una hora. Pero Aki no le había mandado ningún mensaje. ¿No iba a ir? Tenía que ir, porque había dicho que lo haría. ¿La tardanza era mala o buena señal?

Resopló de cansancio. La espera y la incertidumbre eran agotadoras. Dio media vuelta hacia un lado, y después hacia el otro.

¿Y si a Aki de verdad seguía gustándole Makima? ¿Y si...?

Dos golpes suaves pero firmes en la puerta de su habitación. Apenas audibles, como un aleteo, y aun así sin pizca de debilidad.

Solo podía ser él.

Angel se levantó tan rápido que sufrió un mareo. Como tuvo que recuperarse no le dio tiempo de arreglarse los mechones rebeldes que tenía en la cara antes de lanzarse hacia la puerta corrediza.

Ahí estaba Aki. Con el pelo suelto, un pantalón largo azul marino y una camiseta negra. Con los pies descalzos y ese semblante pétreo. Angel tomó aire por la boca. El corazón le iba muy deprisa. ¿Acaso le sonrió? No supo si el gesto llegó a reflejarse en sus labios.

—Pasa —dijo al exhalar.

—Disculpa la tardanza —dijo Aki mientras atravesaba el pequeño salón de tatami. No se justificó. Señaló el balcón de la habitación, que daba a los jardines del balneario desiertos y preguntó—: ¿Salimos?

Angel asintió y caminó al ritmo de Aki, como si tuviera miedo de perderlo de vista si se quedaba atrás o si se adelantaba.

En el exterior, la noche seguía siendo gentil y evocadora. Olía a naturaleza y se escuchaba el arrullo de las fuentes de bambú. El viento le meció los cabellos como para llamar su atención, pero Angel no apartó los ojos de Aki. Estaba muy nervioso. Ni siquiera sabía cómo empezar.

—La noche está muy bonita —dijo, y se reprendió por tan tonta observación.

Aki asintió, pero les dio la espalda a los hermosos jardines cuando se apoyó en la barandilla de madera del balcón. Miró a Shizuku en silencio durante unos instantes y no pudo evitar recorrer su pijamita rosa con disimulo antes de volver a sus ojos.

—¿Cenaste bien?

Angel se guardó el cabello detrás de la oreja, pero, como ese mechón no correspondía a ese lado de la cabeza, le quedó atravesado en la frente y encima de la ceja. Como agachó la mirada acabó fijándose en los pies de Aki, en esos tendones más bonitos que aquella noche, y le dieron ganas de alcanzarlos con los propios para jugar.

—Estuvo delicioso, gracias —dijo, y lentamente volvió a subir la mirada. Pensó en preguntarle a Aki por su experiencia, o si le gustaba su habitación, pero no quiso provocar distracciones. La mirada intensa e insistente que dejó sobre los otros ojos pedía una sola cosa.

Aki tragó saliva. ¿Y si empezaba a soltar su retahíla y quedaba como un ratito ante Shizuku? ¿Y si con ese encuentro estaban haciendo un castillo de un grano de arena?

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⏰ Última actualización: May 10, 2024 ⏰

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