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Como si el paso de Aki por su vida no hubiera reverberado, Angel no volvió a mencionar a Wild Raven en sus streams, ni siquiera cuando las personas del chat le preguntaron por él. Pronto, sus nuevas alas mejoradas —porque además de moverse emitían un brillo irisado según la luz que les diera—, y el anuncio de otro vídeo para adultos que grabaría próximamente, movieron las aguas lo suficiente como para que su audiencia también catalogara sus suspiros por el misterioso príncipe azul como un incidente meramente anecdótico.

Pero fuera de las cámaras, Aki continuó visitando los pensamientos de Angel muy a menudo. Siempre llegaba sin avisar, y se quedaba removiendo cuerdas hasta que Angel se desarmaba y, desesperado, se arrastraba en busca de otra distracción. Porque acordarse de Aki era sumergirse en la melancolía, en la fantasía de lo que pudo haber sido y no fue. Era pensar en que Aki estaba en alguna parte de esa ciudad, con su coletita, con sus cigarrillos y su cinturón negro, pregonando el potencial de buen novio que tenía para que la persona adecuada llegara a gozar de sus atenciones, de sus cuidados, del horizonte azul en su mirada. De sus matcha lattes. Al final, Angel acababa exhausto de tanto anhelo. Pensar en Aki no le compensaba. Para nada. Y Angel sabía que se le pasaría, porque Aki no era el primero ni sería el último, pero le estaba costando más que cualquier otro, tanto que hasta agradecía que nunca le hubiera dado su número. De lo contrario, ya habría cedido a las ansias de hablarle alguna de las noches que había pasado solo en casa con Aki en la cabeza. ¿Era tan duro resignarse porque la última vez se habían despedido de la forma más pacífica posible? Si hubiera sospechado que por culpa de eso el recuerdo de Aki iba a socavar sus energías, al menos habría hecho el amago de robarle un beso, para que Aki le dijera con su severidad japonesa, y con su amabilidad natural: Lo siento, pero no.

Angel sorbió su bubble tea haciendo ruido con la pajita. Tenía la misma expresión lánguida de siempre, pero por dentro estaba molesto. Había salido a tomar un té para sacarse a Aki de la cabeza, pero Ringo iba cada dos segundos al baño y el Wild Raven aprovechaba el franco abierto para volver a invadir sus pensamientos.

Desde el incidente de la furgoneta, Angel había perdido el valor para salir solo a la calle, y aún no lo había recuperado, pero era un avance que ahora fuera capaz de esperar a Ringo solo en la mesa. Tenía que admitir que su obsesión con Aki tenía bastante que ver, porque esa dichosa coletita casi no le dejaba espacio para otras preocupaciones. Pero no pensaría más en él.

Esa había sido la última vez.

Establecida esa resolución, fue una putada del destino que, al girar la mirada hacia los baños a la espera de ver a Ringo, se cruzara con una cara familiar.

—Denji —susurró incrédulo.

Angel siempre era capaz de recordar los nombres cortos.

—Anda —espetó Denji. Miró a Angel con un par de ojos marrones cansados y ojerosos y, como si no pudiera controlarlo, observó—: El novio de Hayakawa.

Por un momento, Angel se desubicó en el espacio. Se perdió buscando en qué nivel, dimensión o bolsillo cósmico él era el novio de Aki. En últimas, se distrajo pensando en lo bonita que la frase había sonado. «El novio de Hayakawa». Esas cuatro palabras tenían mucho poder. Pero no le correspondían, no tenían nada que ver con él y, cuando por fin dejó de fantasear, seguro de que el leve calor en sus mejillas se había traducido en un sonrojo incriminatorio, preguntó:

—¿Yo?

—Ah, eh... —Denji se sobó la nuca. Por primera vez contempló que Hayakawa le hubiera dicho la verdad todas las veces que había asegurado que ese chico no era su novio—: ¿Qué tal estás?

—Bien, gracias —respondió Angel de manera automática, como un niño al que han enseñado a hablar con adultos—. ¿Y tú? ¿Sigues triste?

Denji lucía como si llevara varios días sin dormir. Debía de ser obra del cansancio que lo hubiera llamado «el novio de Hayakawa». Un inexplicable delirio.

Out of touchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora