CAPITULO 13: LA ÚLTIMA VISITA A KIERIKO SAMA

31 3 0
                                    

Necesitaba saber en donde se encontraba ese Gensokyo y la única persona capaz de darme las indicaciones, aparte de Lisa Harding, para llegar allí era Kieriko Sama. Dirigiéndome al templo, lo encontré de rodillas delante de las estatuas de las Diosas Kanako y Suwako. Acercándome a él, le dije:

- Kieriko, tú y yo tenemos que hablar- asustándose al verme, se levantó y me dijo

- Ya... ya le dije todo lo que sabía sobre Sanae, las Diosas ya le dijeron en donde se encuentra, ella está en...

- En Gensokyo, ya lo sé- le respondí sacando mi arma y apuntándole con ella de nuevo, le exigí- quiero saber en donde se encuentra ese lugar

- Usted... usted no puede ir allí... ¡Lo mataran!- me advirtió Kieriko

- Si eso sería una mierda- asentí, añadiendo- pero es una mierda que acepto confrontar. Tus diosas y sus amigas me han fastidiado bastante estos días y es hora de que les devuelva el favor, por ende dime ¿Dónde queda Gensokyo?

- En... en los bosques cercanos al santuario de los sacerdotes Hakurei, es un lugar abandonado pero...

- ¿En dónde queda dicho santuario?- le pregunté con severidad

- A unos... a unos kilómetros de aquí, pero... pero si usted va allí entonces es posible que no vuelva- Kieriko claramente trataba de razonar conmigo pero no tenía deseos de hablar sino de actuar

- Como te dije- le recordé esbozando una pequeña sonrisa en la comisura de mi labio derecho- es un riesgo que deseo correr

Viéndose imposibilitado de razonar conmigo o poner resistencia, aspiro hondo y se resignó.

- Está bien, lo conduciré allí, solo espéreme aquí mientras busco los sellos sagrados, créame los necesitaremos cuando lleguemos allí- Kieriko se dirigió a donde estaba su comedor y decidí esperarlo cerca de la puerta dispuesto a ver qué camino tomaría si trataba de huir, repentinamente gritó- ¡¿SANAE?!- seguido de un fuerte golpe seco y de varios platos o vasos rompiéndose al caer al suelo

Dándole una patada a la puerta fui a ver lo que había ocurrido, encontrándome con una enorme serpiente blanca a la que le disparé sin pensármelo dos veces, sin embargo la desgraciada esquivó las balas y se escurrió por la puerta del jardín. Kieriko se encontraba acostado boca arriba, sus ojos fríos como canicas miraban al techo y una expresión de horror junto a sorpresa se dibujaba en sus facciones. Su talón tenía la marca de una mordedura de serpiente. Guardando mi arma, busque un mapa o cualquier cosa que me llevará al supuesto santuario de los Hakurei. No encontrando mucho decidí retirarme de allí antes de que llamase la atención de algún vecino chismoso.

Caminé durante todo el día, hasta casi llegada la noche, buscando un mapa que me indicara el lugar y un medio de transporte que me permitiese ir lo más rápido posible pero no encontraba nada, el susodicho santuario de los Hakurei no se encontraban en ningún lado. Ninguna de las estaciones de subterráneo pasaban por las cercanías y las personas a las que le preguntaba no tenían idea de donde pudiese estar, o de tenerla entonces preferían mentirme diciendo que no lo sabían a antes darme una indicación. En un solo día recorrí gran parte de Japón sin llegar a nada hasta que, en medio de mi caminata, vi un letrero viejo que señalaba: SANTUARIO HAKUREI, 15 KILOMETROS

El letrero era de madera y su escritura era un poco vieja, posiblemente de antes de la segunda guerra mundial o de la primera. No lejos de allí se alzaba a lo alto, sostenido por dos enormes columnas de hierro, otro letrero nuevo con la cara de un hombre risueño de cara regordeta y cabello castaño que se encontraba anunciando un nuevo complejo de viviendas en las cercanías, un grafiti rojo se encontraba dibujado al lado diciendo: GRACIAS POR SU DINERO IDIOTAS Y BUENA SUERTE AL NO PERDERSE EN EL GENSOKYO Y SER MALDECIDOS O DEVORADOS POR LOS YOUKAIS.

Era claro que la construcción no era vista con buenos ojos, incluso parecía estar parada temporalmente. Caminando con rapidez me dirigí al lugar para verlo con mis propios ojos. Durante mi viaje pude ver como las casas iban cambiando a mi alrededor, a medida que avanzaba se volvían más viejas y decrepitas, también iban aumentando los letreros de "SE VENDE" en cada una de ellas. Aquellas casas con puertas faltantes, ventanas rotas y jardines descuidados con enormes matas de césped ennegrecido no daban señales de tener vida adentro y tampoco de que hubiese vagabundos habitándolas. Cuando un vagabundo prefería dormir en cualquier lado menos en una casa abandonada eso quería decir que algo no andaba bien, solo que en este caso no era una casa sino un barrio entero con letreros de "SE VENDE" a cada lado extendiéndose hasta donde un enorme bosque comenzaba. Otra cosa que me incomodaba era el silencio, no había señales de perros, gatos o aves alrededor, era como si yo fuera el único habitante de aquel desolado vecindario. El sol ya se estaba ocultando y las luces de neón comenzaron a iluminar los caminos, sin embargo de cada cuatro farolas que pudiese haber, dos titilaban y una se encontraba apagada. El silencio absoluto en mitad de la noche solo incrementó mis nervios, pero continué camino hasta llegar al bosque. A mi izquierda se extendía una larga autopista que parecía llevar hacia otra región del país, sin embargo la carretera parecía estar abandonada y no había señales de que fuese frecuentada por los automóviles, varias hojas secas y húmedas que tapaban el camino dejaban en claro que era una ruta muerta. A lo lejos se veía un pequeño monte y en la cima una edificación antigua e igual de abandonada que las casas de aquel vecindario.

- El santuario Hakurei supongo- dije en voz alta rompiendo aquel sepulcral silencio. Aquel templo se veía en ruinas, completamente oscuro y fantasmagórico, la clase de lugar que podría gustarle a personas como Sanae Kochiya y sus sectarios.

Dándome la vuelta, decidí volver a casa y prepararme para la guerra cuando el silencio fue interrumpido por el sonido de una campana de bicicleta. Deteniéndome miré a mí alrededor y pude oír como un triciclo se acercaba a donde me encontraba. Saliendo de la oscuridad pude ver a una pequeña niña montada en un triciclo rojo que llevaba un vestido rojo muy antiguo junto a una boina verde. La expresión de su rostro era divertida y tras hacer sonar la campanilla, cerró sus ojos mientras emitía una tierna risa infantil. Todo habría estado bien con esa niña de no ser por el hecho de que su vestido era demasiado viejo, posiblemente de finales del siglo 19, y de que en su cabeza había dos enormes orejas de gato junto a dos colas negras, con bordes blancos, que salían de su parte trasera.

En un principio creí que se trataba de una ilusión visual provocada por la poca luz que había en la calle, pero cuando las oscuras orejas de gato se movieron un poco por debajo de aquella boina verde, entendí que no era un producto de mi imaginación ni mucho menos una ilusión provocada por la mala iluminación. La niña- gato se movió por medio de su triciclo deteniéndose debajo de la intermitente luz de neón de un faro que se encontraba en una esquina. Sus ojos castaños con una larga pupila vertical palpitaron un poco y, al igual que los felinos, las pupilas se volvieron redondas.

- Hola- me saludó de forma risueña y tierna. Su voz infantil no dejaba lugar a dudas que era humana, sin embargo podía sentir un cierto chillido similar a un maullido al hablar- me llamo Chen, dime ¿Quieres jugar?

- Encantado- le respondí de forma fría y abrupta, desenfundando mi arma con rapidez, apuntado a su cabeza. La pequeña me vio sorprendida por unos minutos, como si no esperase esa reacción por mi parte y no se movió de ahí cuando disparé

EL PARAISO PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora