Sentí un gran dolor de cabeza cuando volví a abrir mis ojos y los recuerdos no tardaron en abrumarme. Me enderecé rápido sobre la superficie en la que estaba recostada e invoqué aquellos escudos que habían tomado por completo mi característico color verde en vez del típico dorado que solían tener. Respiré fuertemente y me relajé solo un poco cuando pude reconocer el departamento de Steven. Aun así, quizá más por instinto que por otra cosa, mantuve los escudos en alto. Intenté moverme, pero mi vista recayó por un segundo en mi pie derecho cuando escuché la correa resonar con mis movimientos y me di cuenta que estaba atada al poste frente a la cama. Busqué a Steven con la mirada y por fin se acercó desde la sala a pasos lentos hacia mí.
—Esto... Esto es mi definición de rareza y locura —reí viéndolo a los ojos—. ¿Por qué estoy atada, Steven?
Él resopló y se acercó analizando los escudos entre nosotros. Sus ojos estudiaban las inscripciones y los símbolos.
—¿Cómo haces eso? —habló ignorando mi pregunta.
El cambio en su voz era notorio, más grave y con un acento estadounidense cubriendo sus palabras. Un acento más real que el mío. Mi mente volvió a la noche del desastre y la misma voz resonó en mi cabeza. La he oído antes. Un acento. Palabras directas. Me analizaba con el ceño fruncido y no pude evitar hacer lo mismo. Su presencia frente a mí me hacía sospechar aún más que todas las sensaciones que me invadieron cuando hablé y toqué a Steven por primera vez. Más que aquella vez en donde su voz había sonado diferente, pero me convencí a mí misma que solo era la adrenalina opacando mis oídos.
Al ver a Steven podía sentir tres auras distintas invadiéndolo. Él era cálido y había cierta tranquilidad en su presencia, pero al observar a la persona de pie frente a mí no necesité de la sensación tan caótica que su aura emanaba para saber que no era aquel hombre que tartamudeaba cada vez que hablaba o que se ponía nervioso cuando me acercaba a él. Su porte era distinto. La persona frente a mí se erguía imponente, hombros hacia atrás, cabeza en alto y los pies bien plantados sobre el suelo. Así como tanto me habían enseñado que debía pararme al estar en guardia.
—¿Por qué hablas así? ¿Qué pasó con tu acento? —mantuve los escudos entre nosotros y los moví a la par que sus pasos cuando comenzó a camina a mi alrededor.
Quería convencerme de que era instinto. Debía ser instinto. ¿Por qué su presencia ahora me sofocaba de esta manera? Era abrumador. Cálido, pero abrumador. Es Steven quien está frente a mí. No me haría daño. Hablamos del hombre que se arrodilló frente a mí para curar heridas que creyó haber causado él mismo.
Es Steven.
Esa afirmación se repitió una y otra vez hasta que algo más logró apacarla. El traje blanco que había visto volvió a mi cabeza. Peleaba de forma calculada, había sabiduría en sus movimientos y aquel gran cambio en porte y personalidad solo llenaba de preguntas mi cabeza. ¿Qué ocultaba? ¿Cómo supo qué hacer? ¿De dónde vino el traje?
—Puedes bajar... ¿Desaparecer? Lo que sea que eso sea. No te haré daño. —se enderezó para finalmente verme a la cara y subió sus manos en señal de paz.
—Lo sé, pero en este momento el golpe en mi cabeza me tiene algo confundida. —me enderecé y me vio sorprendido cuando di un pasó para bajarme y pararme del otro lado de la cama. Sus ojos fueron hacia la correa que ahora se encontraba desecha sobre las cobijas y claramente no alrededor de mi tobillo.
—¿Cómo...?
Le sonreí con inocencia y bajé los escudos solo para invocar una vez más aquella bruma a mis manos y me concentré en analizar al hombre frente a mí. Sus ojos fueron directo a mis dedos, los cuales se movían jugueteando con el calor de aquel poder. Físicamente es Steven. Su cara, sus ojos, aquellos labios que había besado y esas manos que había tomado, pero a la vez no lo es. Su mirada es distinta. Me ve de forma diferente y puedo percibir su cuerpo reaccionando diferente a mí. Y su voz es extraña. Todo dentro del él es distinto ahora. Es como si lo hubiesen reemplazado por completo.
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Armonía en el caos | Moon Knight
Fanfiction«Mi alma decidió dividirse, dejándome sin aire e incompleta y estiró sus manos para aferrarse a una posibilidad».