Capítulo VII

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     —¡Cállate ya!

     —Si te molesta, déjame ir —respondió Azra, extendiendo su mano encadenada hacia el frente y Khan gruñó una maldición en su nombre. Ella no pudo evitar sonreír, sacarlo de quicio se había vuelto un pasatiempo en toda la semana. —. ¿De dónde sacas el agua para bañarte? ¿Y la comida? ¿Y dónde duermes?

    —¡No te importa!

    —¡Claro que me importa, estamos viviendo juntos!

     —¡No lo estamos!

     —Me parece que sí, ya que estoy aquí sobre tu cama. —Le señaló el colchón.

     —Estás aquí para darme lo que quiero, no de invitada —respondió desde el sillón en el que estaba sentado.

     —Hace unos días estabas dispuesto a darme lo que quisiera —sujirió con burla y él la miró furioso—. ¿Qué? ¿Ahora no eres tan hombre como para lograrlo, niño?

     Khan enfureció, pero no se dejó llevar como la primera vez que insinuó que no podría cumplir con sus deseos. —¿Nunca te callas?

     —Si te molesta, déjame ir. —Volvió a mostrarle el Geung Gango en su mano y él bufó, poniéndose en pie para abandonar la habitación—. ¡Khan, no me dejes aquí! —le gritó antes de que saliera por la puerta—. Estoy cansada de estar sobre esta cama, estoy muerta, pero no soporto estar encerrada.

     —Devuélveme mis poderes y te sacaré de aquí.

     —¡Te he dicho que no puedo!

     —Entonces tendrás que quedarte ahí sola.

     —¡Khan! —le detuvo antes de que saliera—. Por favor, prometo no decir nada, solo déjame salir a caminar unos minutos.

    Él la miró por unos segundos y luego regresó mascullando algo que la Muerte no logró entender. La soltó del cabezal de la cama y unió el otro extremo de la cadena a su muñeca. —Una pregunta o algún comentario y te encerraré en otro lugar peor que este —la amenazó y caminó hasta la puerta, llevándola a rastras.

     Khan comenzaba a frustrarse, no sabía qué había imaginado, pero no creyó que la Muerte podría ser tan exasperante y molesta. Al principio, se había dicho a sí mismo que la torturaría lo necesario, que le haría pasar un martirio porque se lo merecía. Por su culpa no tenía poderes y era un débil humano, por su culpa sus padres habían muerto protegiéndolo, estaba seguro de que si hubiera sido una criatura mágica las cosas habrían pasado de forma diferente.

     Pensó que sería fácil torturarla, pero ella era... La miró de reojo, se habían detenido en el pasillo, ella estaba observando con cierta tristeza el mar de sangre. La Muerte era exasperante, la había hecho sufrir por su falta de contacto y por decir su nombre hasta hacerla perder la conciencia, pero no había logrado nada. Se sentía estúpido por creer que podría hacerlo, lograr que alguien que no tenía nada que perder le diera lo que quería. Estaba frustrado pero no pensaba rendirse, así tuviera que tenerla secuestrada hasta el último día de sus años como humano, lo haría. De todas formas, su vida no tenía sentido sin sus poderes, sin poder ayudar a las personas que amaba.

     Sin embargo, no dejaba de sentirse extraño a su alrededor, ella era insoportable y lo subestimaba; pero había momentos en los que le miraba como si... Negó con la cabeza, estaba confundiendo las cosas y lo sabía. Cuando le quitó el antifaz había sentido algo, tenía la extraña sensación de haberla visto antes, pero algo así era imposible. Todo lo que tenía de ella eran unos dibujos que había hecho su madre para Ciel hacía décadas atrás y en todos ellos llevaba el antifaz. No podía haberla visto, pero siempre se sentía de esa forma cada que miraba sus ojos dorados...

War of Hearts (Dark Angel IX)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora