Capítulo 11: Desconfianza

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Ese lunes no fue un día fácil. Mi avión salía temprano, y me despedí de Tom con lágrimas en los ojos. Los dueños me aseguraron que podría avisarles si algún día volvía a Niza, pero eso no evitó que me entristeciera pensar en que esos ojitos brillantes no me darían los buenos días cada mañana, como venía pasando tres semanas atrás.

Era consciente de que, probablemente, los resultados del proceso de selección de internos no se comunicarían hasta bien entrada la tarde. Aún así, me pasé todo el camino hasta el aeropuerto refrescando la bandeja de entrada del correo.

La noche del viernes, cuando me despedí de Charles, intenté no pensar en el mail que había recibido de McLaren. Fue bastante complicado, puesto que lo único que quería hacer era chillar de emoción, al ver que había una mínima posibilidad de entrar a la escudería. Hasta ese momento, todo había sido un juego. No contaba con la más mínima esperanza de que algo de todo aquello se hiciera realidad. Pero había pasado el primer corte. Me permití imaginar cómo sería trabajar para una gran escudería, y qué tareas tendría dentro de la empresa. ¿Conocería acaso a Zak Brown? ¿Y a los pilotos? Recordé la noche del Gran Premio de Mónaco, cuando vi a Lando Norris pinchando en la discoteca, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor.

Por otra parte, no me entusiasmaba la idea de hablar con Charles del tema. Lo había evitado de forma triunfal durante toda la semana, esa noche incluida, pero sabía que si McLaren me aceptaba, tendría que contárselo.

No sé por qué me sentía mal al pensarlo, estaba segura de que lo entendería. O quizá no tan segura. Lo cierto es que la idea había sido suya, y había sido yo quien, además de Ferrari, había contemplado otras opciones sin decirle nada al respecto. La cabeza me iba a estallar.


Llegué a Madrid y mi madre estaba esperándome en el aeropuerto. Había decidido no contarle nada acerca de Charles, ni del posible trabajo. Me limité a hablarle de Andrea, de la carrera, y por supuesto, del labrador.

- Te veo diferente. - soltó mi madre, mientras yo le contaba como Andrea se había caído en las gradas el día del GP, mientras intentaba saludar a Checo Pérez sin éxito. - En el buen sentido. - aclaró.

- Puede ser. - contesté, plenamente consciente de que así era.

Tanto mi madre como yo lo habíamos pasado mal con la muerte de mi padre, pero la diferencia entre las dos se fue haciendo notoria con el paso de los meses.

Yo me encerré en la carrera y cada año me frustraba más y más. Mi madre, por el contrario, pareció encontrar una nueva vida, llena de actividades, eventos, y amistades nuevas; que la mantenían lo suficientemente distraída como para no reparar ni un segundo en una ausencia que, para mí, era como un elefante en la habitación. Esas formas tan dispares de enfrentar el duelo hicieron que ambas nos distanciáramos. A mí me hervía la sangre de pensar lo fácil que parecía para mi madre obviar que, años atrás, mi padre era un pilar fundamental para nosotras. Sin embargo, podía entrever los inmensos esfuerzos que hacía ella para seguir presente en mi vida.

Llegué a casa, dejé la maleta y refresqué de nuevo el correo. Nada. Ya eran las dos del mediodía. Tiré el móvil a la cama justo cuando sonó una notificación. Corrí a cogerlo de nuevo. No era McLaren, ni Ferrari, ni Mercedes; pero me hizo la misma ilusión.

Charles: ¿Qué tal ha ido el vuelo? ¿Ya estás en casa?

Le contesté: Sí, todo perfecto. ¿A ti cómo te han ido las pruebas?

Charles: Increíbles. Quiero que llegue ya el fin de semana. El coche va como la seda. Y puedes imaginar cómo está Carlos con su home race.

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