2. No encaja en nuestro campo.

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—¿Todo listo?

Preguntó mi padre mientras subíamos al auto, yo asentí.

Su deseo más grande siempre había sido que yo me dedicara a jugar fútbol profesional, desde que era una niña se tomó el tiempo y la dedicación de enseñarme a jugar, de llevarme a los entrenamientos y de buscar los mejores equipos para mí, hasta que me quedaron chicos.

Y yo lo amaba, de verdad quería poder hacer realidad su sueño, pero honestamente no era lo que me apasionaba.

Lo que yo soñaba desde que era niña, era ser DT de un equipo de fútbol profesional en la liga femenil.

Amaba la idea de darle más reconocimiento a ésta, ya que para muchos la única liga que existía seguía siendo la varonil.

Por eso era que había decidido asistir a los entrenamientos, no quería perderme ningún detalle que me pudiera ser útil en un futuro.

El auto se detuvo al igual que la música, papá estacionó el auto y bajamos.

—Buenos días.

Nos dijeron los guardias de la entrada.

—Buenos días.

Contestamos nosotros.

—Por aquí.

Dijo mi padre y yo lo seguí hasta la cancha, los chicos ya estaban juntos esperando indicaciones.

—Buenos días.

Volvió a decir mi padre, recibiendo una respuesta inmediata de parte de los chicos.

Ellos comenzaron a entrenar, mi padre y los entrenadores revisaban jugadas mientras yo los veía sentada desde la banca.

—¿Qué haces?

Pregunté y él castaño volteó a verme mientras reía.

—Trato de jugar.

—Lo estás haciendo mal.

Dije yo.

—¿Ah si?

Se acercó a mi y yo asentí.

Tomé el balón y me dirigí a la cancha, no era algo tan difícil, solo era controlar el balón y pasar unos cuantos obstáculos, después de hacerlo, caminé de nuevo hacia él con el balón en la mano.

—Nada mal, Siboldi.

Dijo él y yo sonreí.

Cuando estaba a punto de irse, le hablé.

—Gracias por el jarrón, por cierto.

—Me alegro que te haya gustado, que les haya gustado, mejor dicho.

Yo solo sonreí y él me sonrió de vuelta, corriendo de nuevo hacia la cancha.

—Después ligas, ahora es momento de entrenar.

Le dijo Diego rodando los ojos.

Su nombre se me había quedado grabado en la mente después de la desagradable noche que me había hecho pasar, yo lo miré enarcando una ceja.

—Te exijo respeto.

Dije y él me miró de la misma manera.

—Yo no te debo nada, ¿Crees que mereces un trato especial por ser la hija de Robert, princesa? El respeto se gana, no te equivoques.

Dijo y volvió a la cancha.

Sentí como la sangre me comenzaba a hervir, ¿por qué me había quedado callada ante las palabras de este idiota?

Resilience. ||Diego Lainez||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora