𝕏: Un poco más

233 30 31
                                    

24 de marzo de 1928


«No pienses nada

No digas nada

Solo dame una sonrisa»


Detrás de las escaleras, donde cualquiera podría descubrirnos, él sostiene mi cintura, y yo me aferro a su cuello para no perder el equilibrio. Nuestras bocas establecen el ritmo de esa danza que fantaseamos tener. El corazón se me va a salir del pecho, fue él quien me trajo hasta acá, y es él quien, desde un principio, ha mostrado adoración por el riesgo.


Y me temo que me la ha contagiado


No me molestaría que jugáramos así todos los días; que nos escondiésemos a amarnos en cada rincón de la mansión, y que luego, al escuchar pasos aproximándose, nos separemos exaltados por la adrenalina. No importa que sea imprudente.

Me siento como si estuviésemos haciendo algo prohibido, como si nuestro amor fuese tan atrevido y escandaloso que podría revolucionar el mundo. Este pensamiento me causa cosquillas en el estómago.

Poco a poco, mis inhibiciones se vuelven humo, nuestras bocas ya no son las únicas partes de nuestro cuerpo que quieren tocarse; una de mis manos, abre un par de botones de su camisa, para poder palpar la piel de su pecho.

Si no me detengo ahora, me acercaré más a la línea roja en la que lo humano se confunde con lo animal y el deseo se convierte en el punto cardinal que dirige al corazón, así que me separo suavemente de él, sintiéndome como si estuviese ebrio.

Mi amado se inclina para besarme de nuevo, pero esta vez, doy un paso hacia atrás con una sonrisa traviesa.

—¿Te olvidaste de la distancia de cincuenta centímetros?

—Al diablo con la distancia. —Intenta volver a tomarme de la cintura, pero esta vez no se lo permito, riéndome de su ligera desesperación.

—Alguien nos descubrirá en cualquier momento.

—¿Eso es lo que te detiene?, ¿la posibilidad de que nos encuentren?... Entonces... Si estuviésemos solos en casa, ¿habrías desabrochado más de dos botones? —Señala su camisa, haciéndome sonrojar.

—Oh, Frankie, ¿qué cosas dices? Ya no quiero dar un paseo por tu mente; ha de estar muy sucio ahí dentro. —Lo hago reír.

Entonces, me aprovecho de que él esté ahora con la guardia baja y lo tomo por sorpresa al volver a rodear su cuello con mis brazos, acercando mis labios a los suyos sin que estos se rocen realmente.

—¿Qué tiene de malo que quiera darme más a desear? —musito con picardía.

Él parece anonadado, por lo cual yo sonrío maliciosamente.

—Eres un atrevido, Gerard —responde, a medida que vuelvo a separarme lentamente, acariciando sus hombros y su pecho en el proceso.

—Deberíamos salir de aquí —digo con una sonrisa—. Se me hará tarde para ir al estudio fotográfico con Lily, ¿nos acompañarás?

—Claro que sí, no me lo perdería por nada.

Él me roba un último beso de despedida, para luego salir de nuestro escondite por el lado izquierdo, escabulléndose hacia su estudio, mientras yo permanezco un poco más aquí, por si hay alguien en el vestíbulo que me pueda ver. Tras contar hasta diez, salgo por la derecha, para poder pretender que vengo del jardín trasero.

My Beloved; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora