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Noviembre 25, 1976.
1:00 a.m.
La escalera estaba oscura, apenas entraba un ápice de la luna que se aproximaba a estar llena. Tres golpes en la puerta hicieron que un joven se levantara de la comodidad y calidez de su cama para ir a atender a la persona del otro lado.
Su sorpresa no tardó en hacerse presente.
—¿Evans? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vengo a proponerte un trato. Necesito tu ayuda, Potter.
Hubo un momento de silencio, en el que la segunda persona frunció el ceño, intentando entender qué estaba haciendo el primero en la oscuridad.
—¿Por qué te pellizcas?
—Lo siento, pensé que seguía soñando.
Ella alzó una ceja.
—¿Y para qué es exactamente que la señorita Evans, prodigio de Pociones, talento de Encantamientos, prefecta de Gryffindor y futuro Premio Anual necesita de mi ayuda?
—Tengo un plan. Necesito un Merodeador para concretarlo.
—Cuenta conmigo. Solo... ¿por qué a mí?
—Nunca sospecharían. Nadie se puede enterar de que fuimos nosotros.
Ella agregó la advertencia como si fuese necesario recordárselo.
—¿Acaso crees que soy un novato?
—Júralo, Potter.
—Lo juro solemnemente.
En la tenue luz de la luna, se ve cómo una sonrisa se expande por los labios del joven y sus blancos dientes brillan.
—Entonces, ¿cuál es tu idea?
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2:17 a.m.
La presión sobre su pecho y el nudo en su garganta mantuvieron a Remus despierto hasta las primeras horas de la madrugada.
