20. PARIS

5.1K 207 8
                                        

Llegaron a Paris por la mañana. Lorenzo había cogido una habitación en un hotel de 5 estrellas junto a los campos Elíseos. Irene estaba emocionada, jamás había estado en un hotel de 5 estrellas.

— ¿Esta es nuestra habitación? — preguntó nada más entrar.

— Sí, toda nuestra.

— Es fantástica.

El botones dejó las maletas en la entrada. Lorenzo le dio una propina y el botones salió de la habitación

— Sra. Blasco — dijo Lorenzo acercándose a Irene — me siento feliz de estar aquí con usted.

Irene rió. Desde el día en que habían detenido a Mónica y todo se había solucionado, Lorenzo parecía más feliz, hacía bromas, se mostraba divertido. Irene estaba descubriendo la cara amable de Lorenzo y le gustaba.

— Yo también me alegro de estar aquí.

— Bueno, como podrás ver he pedido una suite con 2 habitaciones, así cada uno podrá dormir en una.

— Gracias.

Lorenzo cogió la maleta de Irene y la llevó hasta una de las habitaciones. Irene le siguió, entrando en la habitación tras él. Observó detenidamente la habitación, en la que había una cama de matrimonio, un par de mesitas a lado y lado, un armario y una mesa a modo de escritorio junto a la ventana. Además de 2 pequeños sillones color gris, y una puerta que según Lorenzo llevaba al baño compartido de la habitación.

— Es estupenda, gracias.

Repitió ella.

— No hace falta que me des las gracias por todo. Te mereces todo esto y más. Y además, ya te dije que haré lo que sea para reconquistarte. Ahora te dejo sola para que deshagas la maleta — dijo dirigiéndose a la puerta.

— ¿Ya te vas? — protestó Irene, acercándose a Lorenzo.

— Sí.

Ella lo abrazó pegando su cuerpo al de él.

— ¿Por qué no estrenamos la cama? — se insinuó ella rodeándole el cuello con los brazos.

No sabía por qué, si era por el embarazo o porque parecía que Lorenzo había vuelto a centrar toda su atención en ella, pero cada día parecía que tenía más ganas de disfrutar del sexo con su marido.

— Irene en nada tenemos que ir a comer. Deshaz el equipaje y vístete para ir al restaurante, venga — le dijo él, quitando sus brazos de encima de él.

Irene se quedó planchada, pero aun así, obedeció.


* * *

Comieron en el restaurante del hotel y después fueron a ver la Torre Eiffel, los campos Elíseos, etc. Cuando volvieron al hotel, Lorenzo le pidió a Irene:

— Ponte guapa, esta noche tenemos planes.

— ¿Planes? ¿Qué vamos a hacer? — preguntó ella.

Acababan de llegar a la suite.

— No te lo voy a contar, solo te diré que iremos a un lugar que te va a gustar mucho, ponte un vestido largo.

— Está bien.

Irene entró en su habitación, buscó en su armario, donde había colgado los vestidos, hasta encontrar uno negro. Era un vestido bastante sencillo, pero elegante, era de tirantes, de corte recto y escote barco. Se peinó haciéndose un moño alto y finalmente eligió unos zapatos plateados a juego con le bolso de mano.

Cuando salió de la habitación y Lorenzo la vio casi se queda bizco, a pesar de la sencillez del atuendo, Irene estaba preciosa, pensó el diseñador y se lo hizo saber:

— Estás preciosa.

— Gracias. Tú también estás guapo — le dijo ella.

Aunque el outfit de él era algo más clásico y normal, ya que era un traje oscuro con una camisa blanca y corbata a juego.

— ¡Bah, nada comparado con ese precioso vestido! — dijo él quitándose importancia — Venga, vamos.


* * *

Cogieron un taxi para ir del hotel hasta Montmatre, allí, Lorenzo llevó a Irene hasta un restaurante muy especial. Era un bar, en realidad, situado en la azotea de un hotel, el hotel Terrass, desde donde había unas vistas espectaculares de toda la ciudad. Lorenzo había alquilado el bar para la cena de aquella noche y solo para ellos dos. Cuando llegaron Irene se quedó obnubilada.

— Esto es precioso.

— Pues esto solo acaba de empezar — le avisó Lorenzo.

— Se ve toda la ciudad — señaló Irene.

— Sí, vamos a cenar — le sugirió apartando una de las sillas de la mesa central de la terraza, para que Irene pudiera sentarse.

Ambos se acomodaron y enseguida apareció un camarero, que en un perfecto francés preguntó que deseaban. Lorenzo, también en francés, pidió los platos. Irene no entendió demasiado lo que decía, pues lo suyo no eran los idiomas y menos el francés. Ella había aprendido inglés en el colegio, aunque a parte de hola, adiós, buenos días y cuatro cosillas más, no sabía demasiado.

Comieron ratatouille, bullabesa y Creme brulee, todo amenizado con una pequeña orquesta de unos cuatro instrumentos que tocaron algunas piezas de música ligera. Cuando terminaron de cenar, Lorenzo le preguntó a Irene:

— ¿Te ha gustado?

— Me ha encantado, es maravilloso.

— Me alegro, porque aún no ha terminado — dijo levantándose de la mesa. Irene también se levantó.

— ¿No?

Lorenzo tomó a Irene de la mano y dijo:

— Vamos.

Bajaron de nuevo a la calle y empezaron a caminar.


* * *

Los dos se encaminaron calle abajo, por la Rue Joseph de Maistre y caminaron durante unos 5 minutos hasta que llegaron a la Plaza des Abbesses, y allí en un pequeño parque encontraron el Muro de Los Te quiero, que era una pared forrada de baldosas donde estaba escrita la palabra Te quiero en casi todos los idiomas existentes en el mundo.

— ¿Sabes que es esto? — le preguntó Lorenzo a Irene.

Ella respondió que no moviendo la cabeza negativamente.

— Es el muro de los Te quiero — le explicó él — Si te das cuenta, está escrita la palabra Te quiero en todos los idiomas. Irene miró el muro, Lorenzo tenía razón, pudo leer te quiero en inglés, francés, en español, en italiano.

— Es maravilloso — exclamó Irene.

— Sí.

Y entonces, arrodillándose frente a ella, sacó una cajita del bolsillo de la chaqueta.

— ¿Qué haces? — preguntó Irene sorprendida.

— Solo lo que tenía que haber hecho desde el principio.

Lorenzo abrió la cajita, en la que Irene pudo ver un precioso anillo con un diamante en forma de corazón.

— ¿Quieres casarte conmigo? — preguntó Lorenzo.

Irene sonrió feliz.

— Sí, sí, sí — respondió saltando — pero nosotros ya estamos casados.

— Sí, pero no lo hice bien y la boda, ya sabes como terminó. Quiero que vayamos tú y yo a una iglesia y repitamos nuestros votos, si te parece bien.

— Claro que me parece bien — dijo Irene sin esperar nada más.

Lorenzo la cogió entre sus brazos, y la besó.

Aquellos labios eran los más dulces que nunca hubiera probado y le gustaba tanto besarla, que lo hubiera hecho para siempre.

Irene se sintió como si estuviera en casa. Estar en los brazos de aquel hombre era como estar en el cielo y sintió que quería estar allí para siempre.


MAMA POR SORPRESADonde viven las historias. Descúbrelo ahora