𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝟗; 𝕷𝖔𝖘 𝖕𝖔𝖓𝖎𝖘 𝖋𝖎𝖊𝖘𝖙𝖊𝖗𝖔𝖘 𝖘𝖊 𝖉𝖊𝖘𝖈𝖔𝖓𝖙𝖗𝖔𝖑𝖆𝖓

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Capítulo 9; Los ponis fiesteros se descontrolan


Sip, todo se había ido al caño

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Sip, todo se había ido al caño.

Teníamos pocas posibilidades, por no decir escasas de salir con vida de allí.

Pero no por eso pretendía pedir clemencia.

Ah, no, ese papel se lo dejo a Annabeth cuando le parta el cuello.

—Qué raro ustedes dos —dije, intentando provocarlos —siempre escondiéndose detrás de sus inútiles monstruos

Luke sonrió.

—¿Realmente quieres jugar de esa forma conmigo princesa? —beso a Annabeth mientras la tomaba de la cintura —Ninguno de los dos es suficientemente estúpido para caer en eso.

—Ah, no, no me refería a tí —dije —Annabeth esta acostumbrada a correr, cada vez que tenemos que enfrentarnos es así, pero tranquila, que lo cobarde no te lo va a quitar nadie.

Sonreí egocéntricamente.

—Enfréntame Luke —continuó Percy —Deja de llorar y acabemos esto de una buena vez.

Luke sonrió, pero antes de que pudiera responder los dos osos aparecieron en la cubierta.

Uno de ellos traía un precioso pegaso de color negro, el pegaso relinchaba y pateaba, intentando morder la cuerda, en forma de protesta, era enorme, unas grandes alas, como si fueran de un cuervo.

A su lado uno del mismo tamaño me dejó con la boca abierta, era precioso, al contrario del otro este era de un blanco más puro que cualquier otro animal, con una preciosa cresta, pero igual que el otro, relinchando, intentando morderlos y patearlos, sin mucho éxito en el camino.

—Ah —dijo Luke, sujetó la mano de Annabeth en el proceso, ella miraba con asco a ambos pegasos. —Lamentablemente Percy mi fiesta se encuentra en el aeropuerto, dándole una paliza a Clarisse.

El negro era una Yegua, mientras que el blanco era macho.

—Sus corceles están listos, señores —dijo Agrius.

—Déjalos Percy —contesté, intentando hacerlos enojar —Van a seguir corriendo, siempre corren, es tu especialidad ¿verdad, Annie?

La hija de Atenea me miró, intentando amenazarme.

—Tienes que hacer más que eso para que me des miedo, rubia.

—No, no —dijo Alec, interrumpiendo —Luke tiene miedo de que lo vean cómo lo mueves a golpes frente a sus tropas de juguete.

Alec sonrió, y Luke apretó los dientes.

Todos los sabíamos, Alec lo había atrapado contra la espalda y la pared, si se rehusaba quedaría como un cobarde, si se quedaba perdería tiempo en busca del Vellocino.

𝕰𝖑 𝕸𝖆𝖗 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝖒𝖔𝖓𝖘𝖙𝖗𝖚𝖔𝖘 | 𝕻𝖏Donde viven las historias. Descúbrelo ahora