10. Fuerza

4.1K 375 53
                                    

10. Fuerza

Marco Ricci

No sé por qué la besé. Me volví loco. Dejé de pensar, y en diecisiete años de vida que tengo nunca había dejado de pensar. 

No fue inteligente. No debí haberlo hecho.

Sin embargo, lo volvería a hacer. Una y otra y otra vez. Joder, lo volvería a hacer hasta el maldito día de mi muerte. 

Besar a Diana era como volver a estar en casa. Era como si nuestras almas hubiesen estado juntas en alguna vida pasada y ahora volvieran a encontrarse después de muchos siglos. 

—Vaya, estoy bastante sorprendido de que no llegues tarde —dije, cuando vi a Diana entrar al gimnasio a las cinco en punto. 

—¿Has visto lo que hago por ti, no? —bromeó, aunque ojalá no fuera una broma.

Quiero que haga cosas por mí. 

Dios, Marco, ¿en qué estás pensando?

—Entonces, ¿cómo vas a torturarme hoy? —inquirió, recogiéndose el pelo negro en una coleta. Eso solo hizo que sus pecas y sus ojos azules resaltaran aún más. 

Era tan bonita. Quiero que me bese. 

¿Si la beso, se apartará?

No, no lo hará. El sábado me besó ella también.

Menudo beso. 

Oh, mierda. Quiero besarla.

—¿Marco? 

Salí de mi estupor, viendo como la chica me miraba con sus grandes ojos color mar. 

—¿Eh?

—¿Te pasa algo? ¿Quieres que lo dejemos para otro día?

—¡No! —luego, carraspeé. ¿Por qué has hecho eso, Marco?— Quiero decir que estoy bien, podemos entrenar. 

Ella me miró extrañada, pero asintió. 

Tengo tantas, tantas, ganas de besarla. 

Se adelantó, yendo hasta el gimnasio y saldando a la chica que estaba ahora en recepción. La seguí de cerca, sin poder evitarlo le di un vistazo a su trasero. Llevaba leggins deportivos y estos se apretaban a su cuerpo casi como una segunda piel. 

Céntrate, Marco.

Ese maldito beso me ha dejado mal de la cabeza. Lo juro. 

Dios, quiero besarla. 

—Vamos a empezar con unos estiramientos —le indiqué, intentando imaginar que estaba instruyendo a los soldados y no a la chica que me gustaba.

Diana hizo lo que le fui indicando. Mis ojos volaron solos cuando se agachó, intentando tocarse los pies con la punta de los dedos. 

¡Marco, basta!

Cuando por fin terminamos de calentar, pude soltar el aliento. 

—Bien, hoy vamos a centrarnos en la fuerza —expliqué. La fuerza no implicaba verla sudar demasiado o verla agachándose, así que no debería preocuparme por tener una erección como si fuese un puberto. 

—Pues vamos mal, porque ni siquiera tengo fuerza de voluntad. 

Sin poder evitarlo, solté una risita. 

—Vamos, empezaremos suave —Diana rió entre dientes, pero no entendí por qué—. Unas dominadas, ¿veinte?

—¡¿Veinte?! ¿Eso es suave para ti? 

Velocità (Mafia Italiana #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora