01. Por Huracán

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01. Por Huracán

Diana Leone

Sonreí, con la gente gritando a mi alrededor como locos. Salí del coche, medio mareada de toda la velocidad pero ya acostumbrada a eso, y mi sonrisa aumentó cuando la gente vitoreó mi apodo.

—¡Huracán! ¡Huracán! ¡Huracán!

Mi padre se abrió paso entre la multitud, llegando hasta mí. Me dedicó una sonrisa orgullosa.

—Llevas un año seguido ganando sin parar —me felicitó—. Creo que podrás participar en la anual.

Mis ojos se abrieron ampliamente, igual que mi boca.

—¿En serio? —cuando asintió, solté un chillido emocionado y me lancé a abrazarlo— ¡Gracias, gracias, gracias!

Las carreras de la Ndrangheta se dividían en semanales y anuales. La anual siempre era la más importante, de dónde salían los mejores corredores. Pero también era un juego sucio, y papá nunca me había dejado participar.

Hasta ahora, aparentemente.

Tendría que entrenar duro. Estábamos a marzo y la anual era en diciembre, así que tenía tiempo. No tanto como muchos, que se entrenaban para la siguiente incluso antes de haber corrido en la de ese año, pero bastante.

Mi padre era el organizador de las carreras, a parte de un soldado de la mafia y uno de los hombres de confianza de Massimo Ricci, el Capo.

Ser mujer en este mundo era jodido, pero yo siempre supe defenderme. Además, nunca fui muy femenina a pesar de que admiraba a las chicas que usaban tacones y no tenían el pelo despeinado todo el tiempo. Tampoco podía culpar a nadie, papá me crío solo. Un soldado de la mafia no puede criar a una señorita, es prácticamente imposible.

—¡Huracán! —un compañero de carreras, que pertenecía a mi banda, se acercó con una sonrisa— Hoy brindamos en tu honor.

—¡Voy enseguida! —sonreí, mientras él se iba con nuestra banda después de asentir.

En total, éramos cuatro bandas. Las que corríamos, quiero decir.

«Plomo», que los representaba el color negro.

«Calibre 44», que iban de amarillo.

«Carne de cañón» que llevaban el rojo.

Y «Rifles» que usaban el azul.

Yo iba con Calibre 44 desde que empecé en las carreras, a los doce años, y la bandana amarilla que llevaba atada en la pierna lo demostraba.

Las semanales consistían entre simples carreras entre miembros de los diferentes grupos. Después, cada grupo escogía al mejor corredor y lo llevaban a la anual. El año pasado me ofrecieron ir, pero tuve que negarme porque papá no me dejó. Sin embargo, este año sería mi año. Lo presentía.

—Tengo que irme, hoy brindan en mi honor —sonreí angelicalmente—. Volveré antes de que anochezca, papá.

Él me alzó una ceja.

—Ya es de noche.

—Antes de que anochezca mañana.

Velocità (Mafia Italiana #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora