19. El helado azul era una metáfora

4K 341 32
                                    

19. El helado azul era una metáfora

Diana Leone

—Oh, quieta ahí, señorita —me detuve en el sitio, cerrando los ojos y quejándome internamente con todos los dioses y todos los demonios. 

Lucifer, voy a pasar la eternidad a tu lado, ¿es necesario torturarme estando en la Tierra?

—Papá —sonreí encantadoramente—. ¿Cómo está mi padre favorito? Buenos días, por cierto, hoy te has levantado pronto. 

—No te hagas la disimulada, ¿qué es eso de que estás saliendo con el Capitano?

—¿Podemos tener esta conversación más tarde? Voy a llegar tarde a clase. 

—¿Ahora te importa llegar tarde a clase? —señaló el sofá, obligándome a sentarme— Es mi jefe, Diana. 

—Surgió el amor, no se puede luchar en contra del amor. 

—Créeme, sí se puede —gruñó—. Hay mil chicos en el mundo, ¿tienes que follarte precisamente al que es mi jefe?

—Oye, oye, para. Marco y yo no solo follamos. 

Me rodó los ojos. 

—Te echará después de un par de revolcones, Diana, es lo que hacen todos los chicos. 

No, Marco no. No le dije que ese chico me dio su virginidad, ni que me había confesado que me quería en varias ocasiones, ni que había desafiado a su propio control y su metodología por mí (lo de el helado azul fue solo una pequeña muestra de ello). No se lo dije porque, a pesar de tenerlo en la punta de la lengua, en la mafia no se podían permitir los sentimientos. Muchos menos en un rango tan alto como el del Capitano. 

No me molestaba eso, así era nuestro mundo y mientras él y yo supiéramos lo que sentíamos el resto podían irse al infierno. 

—Eso ya se verá, papá. Siempre me has dejado vivir mi vida, equivocarme, caerme y nunca me has ayudado a levantarme. ¿Por qué estás tan interesado ahora en que no me equivoque?

—Porque es mi jefe, Diana. ¡Despierta! No vives en un mundo de fantasía, ¡esto es la vida real!

—A mí no me grites —bramé—. Nunca te has comportado como un padre, así que no empieces dieciséis años más tarde. Es mi vida, papá, y tengo todo el derecho a equivocarme. Tú, precisamente tú, siempre has dicho que uno aprende a base de errores. ¿O eso era solo tu excusa para poder salir de fiesta con tus amigos?

—¿Qué estás insinuando, Diana?

—Estoy diciendo que yo nunca te reclamé porque estuvieras de fiesta los días de las reuniones del colegio, o porque me robaras los cigarrillos y nunca te preocuparas por mis estudios, o porque te trajeses a tus ligues a casa y te las follaras en el sofá —le dije—. Así que no me reclames ahora por haber sobrevivido. Siempre fuiste mi amigo, no mi padre, así que ahora mantente en el lugar en el que tú solito te metiste —suspiré, levantándome del sillón—. Tengo que ir a clase, nos vemos luego. 

—¡Diana!

Pero no me di la vuelta, simplemente salí de mi casa con la mochila colgada de un hombro y pateé una lata de refresco que había en el suelo con enfado. Me detuve, cerrando los ojos e inhalando profundamente antes de ir a buscar la lata y tirarla a la papelera. 

—Estúpida contaminación. 

Perdí el autobús, por supuesto, y llegué siete minutos tarde a mi primera clase. Por lo menos no fueron veinte. 

Tuve la suerte de que la profesora estuviera medio drogada, o al menos lo pareciera, y me dejara pasar. Me senté junto a Anna con prisa y me puse a garabatear en mi libreta sin prestar atención al mito de la cueva de Platón (¿o era Aristóteles?). 

Velocità (Mafia Italiana #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora