11. Súper jefes

4.2K 387 41
                                    

11. Súper jefes

Diana Leone

—Mi nuevo objetivo es buscarte un novio —aseguré, mientras abría el capó del coche y le echaba una ojeada rápida al interior. 

—Nunca has cumplido un objetivo, Diana, este no va a ser el primero —Anna me rodó los ojos, sentándose en un bote de pintura antiguo que había en el garaje. 

Le hice burla, poniendo los ojos en blanco. Agarré una llave del número 7 y me puse a desmontar la pieza que iba a cambiar. Enzo me había conseguido un mejor turbo para el sábado, que me tocaba correr. 

Había avanzando mucho con el entrenamiento, según Enzo. Empezaba a controlar mejor los giros suaves y estaba convirtiéndome en una corredora de diez. 

Respecto al otro entrenamiento, al de Marco, seguía siendo igual de mala. No entendía cómo se me podía dar tan mal el ejercicio. 

—Necesitas un buen revolcón, Anna —le dije, apoyándome para alcanzar el tubo que tenía que quitar—. Nadie puede estar hoy en día sin follar. No es sano. 

Ella soltó una risita baja. 

—Tengo cosas más importantes que hacer que pensar en sexo, Di, pero haz lo que quieras. 

—Trato hecho. 

Mi amiga rió, claramente burlándose de mi reciente tozudez de buscarle un novio o, por lo menos, una noche acalorada. 

—Te quejas de mí, ¿pero qué hay de ti? —me chistó— ¿Te has acostado ya con Marco?

—Qué va. Pero estoy a punto, puedo sentirlo. 

—Ya, claro —ironizó. 

—¡Oye! Esas cosas se sienten —me giré a mirarla, levantándome del motor del coche. La ropa vieja que usaba para estas cosas ya estaba llena de grasa—. La tensión sexual se nota rapidísimo, sobre todo si es tan intensa como la de Marco y yo. 

—No sé qué decirte. 

—Te lo prometo —la señalé con la llave inglesa, antes de volver al coche—. De todas formas, seré yo la que dé el primer paso. Marco es muy... tímido. 

—¿Y desde cuándo te acuestas con chicos tímidos?

—No lo sé —me encogí de hombros—. Pero Marco es Marco. Ni idea, él es... diferente. 

—Vas a enamorarte, Diana —advirtió.

—No me importa enamorarme —le resté importancia—. Me gusta estar enamorada. 

—Nunca has estado enamorada. 

—Pero me gusta sentir amor, Anna. El amor es... una razón para vivir. 

—Yo soy un poco reacia a sentir amor. 

—Oh, lo sé, cariño —reí—. Por eso somos tan buenas amigas. 

Ella sonrió y pronto estuvimos ambas carcajeándonos. Terminé de montar la pieza, con nuestras charlas y las canciones de la radio de fondo. 

Realmente me gustaba la compañía de esta chica. 

***

—No puedo más —me dejé caer al suelo, jadeando y sin poder moverme. Marco me miró desde arriba, con una sonrisa divertida. 

—Mira el lado positivo, hoy has aguantado diez minutos más en la máquina de correr que la última vez. 

Llevábamos cosa de tres semanas entrenando y yo había avanzado lo que venía siendo poco. Sin embargo, Marco se encargaba de animarme y él juraba y perjuraba que estaba haciendo grandes avances a pasos pequeños. 

No sé, yo solo sé que ya hasta me he acostumbrado al dolor corporal.  

—¡Te odio! —lloriqueé, él solo se rió de mí. 

El sonido de la puerta abriéndose nos hizo paralizarnos. Giré la mirada hasta allí, solo para ver al Capo, el Sottocapo y al Antonegra entrar al gimnasio. 

¿Qué demonios hacen aquí?

Entrenar, ¿quizá? Dah. 

A veces eres tonta, Diana. 

—¿Qué hacéis aquí? —inquirió Marco, mirando a sus hermanos.

—Veníamos a verte —sonrió de lado el Sottocapo, con esa sonrisa burlona que solía tener siempre. 

¿Debería levantarme del suelo, verdad?

Ante la maravillosa idea de mi cerebro, me levanté del suelo y les dediqué una sonrisa a los tres hombres. Mierda, me duelen hasta las uñas. 

—Hola, soy Diana Leone. Huracán —añadí, para que me reconocieran. 

—Sabemos quien eres, Huracán. Todo el mundo sabe quién eres —se burló Matteo Ricci, aunque eso solo me hizo sonreír. 

—Oh, ya lo sé. Lo disfruto. 

—Tu amiga es divertida, Marco —opinó Adonis Messina, Antonegra. 

—Como sea —el rostro del menor se volvió completamente inexpresivo y me sorprendió volver a verlo como el primer día, teniendo esa expresión robótica, después de tanto tiempo riendo y bromeando—. ¿Por qué estáis aquí?

—Nos hemos enterado de que estabas aquí y hemos venido a saludar —sonrió Matteo. 

Marco rodó los ojos, con fastidio. La única emoción que se escapó de su máscara. 

No era que Marco no supiese sentir, era que no sabía demostrarlo. 

Entonces... ¿Por qué conmigo lo demostraba?

—No seáis tan metiches —resopló el menor—. Y si lo sois, por lo menos disimuladlo mejor. ¿Habéis dejado a las chicas solas con todos los críos?

—También está Cookie —aseguró Adonis. 

—¿Habéis dejado a las chicas solas con todos los críos y Cookie? —rehízo su pregunta— Davina debe estar a punto de matar a alguien, Massimo. 

—Tiene razón, voy a llamarla para preguntarle si todo está bien —el Capo, hablando por primera vez, se alejó mientras agarraba su teléfono y se lo llevaba a la oreja—. Hola, nena. ¿Todo bien por ahí?

—¿Quién es Cookie? —le susurré a Marco. 

—El perro de la familia. 

Oh. No imaginé a los Ricci teniendo un perro, mucho menos llamado Cookie. 

—Controlado —sonrió de lado Matteo—. Déjanos conocer a tu amiga. Fuiste un pesado cuando yo conocí a Roxy, así que tengo que devolverte el favor. 

Marco le rodó los ojos. 

—No fui un pesado, simplemente dije lo que todo el mundo pensaba. ¿Quién tenía razón? ¿No habéis acabado casados?

—Qué te follen —resopló el Sottocapo. Massimo volvió. 

—Todo en orden —dijo—. Entonces... ¿Nos vamos a tomar una cerveza o algo?

—No —gruñó el menor. 

—No seas aburrido, Marco, tenemos que conocer a tu... amiga —sonrió divertido el Antonegra. 

Creo que era la primera vez que veía a Adonis Messina sonreír. 

Marco suspiró, probablemente ideando un plan para matarlos mientras dormían, antes de mirarme. 

—¿Quieres venir a tomarte una cerveza? 

Me encogí de hombros. ¿Tomarme una cerveza con los súper jefes, personas que podrían asesinarme si les doy una mala mirada y que, encima, eran la familia del chico que me gustaba? 

—¿Qué es lo peor que puede pasar? 

El pelinegro se mordió la lengua, dándome una mirada de obviedad. 

—Todo. 

—Probablemente —asentí—. Pero si lo piensas, no lo haces. 

Y eso fue bastante para hacerlo sonreír. 

Velocità (Mafia Italiana #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora