06. Helado azul

4.4K 363 35
                                    

06. Helado azul

Diana Leone

Tuve que volver a dejar el coche en el garaje, así que fuimos a la playa caminando. Me veía obligada a dejar ese vehículo tranquilo, al menos durante un par de días, hasta que la cosa se calmara un poco.

Obviamente, lo usaría para las carreras y los entrenamientos, pero la policía no tenía que saber eso.

—¿Esto es algo común en tu vida? —inquirió Marco, comiendo su helado de vainilla. 

Aburrido. Ricci había ido a lo seguro y se había pedido un helado de vainilla. El mío era azul y te pintaba la lengua. No estaba muy segura de qué sabor era, quizá una mezcla entre frutos del bosque y chicle, ¡pero te pintaba la lengua!

—¿El helado azul? —señalé— Es que pinta la lengua.

Vi un atisbo de sonrisa divertida en su cara. Cada vez mostraba más sus emociones y eso me hacía sentir orgullosa.

Eres una máquina desestabilizando la vida de la gente, Diana.

—Me refiero a escapar de la policía y luego comer helado.

—Es un planazo, no puedes negarlo —lo señalé. 

Marco soltó una risa.

—Eres un caos, ¿cierto?

—Puedo ser tu caos favorito —le guiñé un ojo, haciéndolo sonrojar. 

Reí. Era divertido hacer sonrojar a Marco Ricci.

Nos terminamos el helado y yo insistí en que era un buen plan ir a la playa. 

—Estamos a marzo —se había quejado el pelinegro, pero logré convencerlo.

¿Cómo? Ni idea.

La playa estaba vacía. Supongo que un lunes de marzo a las diez de la mañana no era el mejor plan para estar en la playa. Me puse delante de Marco, con una sonrisita, antes de quitarme la camiseta por la cabeza quedándome en sujetador morado.

—¿Qué estás haciendo? —se sonrojó, aparando la mirada.

—Estamos en la playa, voy a darme un chapuzón —obvié, quitándome también los zapatos deportivos—. Anda, llevo un calcetín diferente. 

Solté una risa, viendo las dos telas que cubrían mi pies. Una era negra, mientras que la otra era verde brillante.

—¿Cómo has podido confundirte? Los colores ni se acercan. 

—Supongo que aún estaba muy dormida —me encogí de hombros, quitándome también los pantalones. Él volvió a apartar la mirada, cada vez más sonrojado—. Oh, venga, Marco. No es como si nunca hubieras visto a una mujer desnuda. 

Él no dijo nada y yo no me detuve a escuchar su respuesta. Riendo, me metí en la fría agua. Ahogué un gemido, cerrando los ojos cuando el mar tocó mi caliente piel.

—¡Está helada! —me quejé, divertida—. ¿Vas a entrar o no, Marco?

—Acabas de decir que está fría —señaló.

—¿Y? —me burlé— No me digas que le tienes miedo a un poco de agua fría. 

Marco me rodó los ojos, quitándose la camiseta. Por el Santo Dios de los coches deportivos.

Marco Ricci tenía un cuerpo de escándalo. Sus brazos eran fuertes y firmes, igual que sus pectorales, y seis entrenados cuadraditos adornaban su abdomen. Luego se quitó los pantalones, quedando en bóxers negros. Joder.

Me pareció ver una semi erección y mis opciones eran: A) Me había mirado las tetas. B) Tenía frío. C) Yo necesitaba gafas.

Marco soltó un gemido ahogado cuando entró en contacto con el agua.

—¡Salta! Si lo piensas, no lo haces —le dije.

Él me alzó la ceja.

—No creo que eso sea un buen mantra de vida.

Me encogí de hombros.

—A mí me sirve —reí—. Venga, va, entra al agua.

El pelinegro respiró hondo antes de contener el aliento y saltar de cabeza al interior del mar. Salió soltando un silbido entre dientes.

—Está muy fría —se quejó.

—No seas llorón —reí, salpicándolo con agua.

—¡Diana!

—¡¿Qué?! —le devolví el grito, divertida.

Él entrecerró los ojos en mi dirección, antes de acercarse a mí de una brazada y agarrarme de la cintura con fuerza. Me lanzó hacia arriba, haciéndome chillar y caer al agua.

—¡Marco! —me quejé, apsrtándome el pelo de la cara cuando salí del fondo.

—¡¿Qué?! —se burló de mí, repitiéndome. Solté una carcajada.

—Oh, vete al infierno.

***

Tuvimos que salir del agua pronto, antes de que la playa se llenara y nos denunciaran por exhibicionismo.

Fue idea de Marco, yo quería seguir nadando.

Me detuve frente a mi casa, sonriéndole.

—Esta es mi parada —bromeé—. Me lo he pasado bien, deberíamos repetirlo.

—Sin duda —asintió, con un pequeño sonrojo en sus mejillas—. Eh... Supongo que nos vemos mañana en clase. Y en el entrenamiento, que hoy se nos ha pasado el día.

—¡Oh, es cierto! —reí— Toma, te doy mi numero y me lo recuerdas. Es que soy muy olvidadiza.

—Oh, eh, claro. Sin problema.

Oculté mi sonrisa entre divertida y enternecida, mientras sacaba mi teléfono para poder decirle mi número.

No, no me sé mi número de teléfono. Lo tengo apuntado en las notas del aparato. ¿Algún problema?

Mañana envíame un mensaje... o dos —hice una pequeña mueca—. Y me recuerdas el lugar y la hora, realmente olvido todo. Creo que el tabaco me ha jodido el cerebro —bromeé.

—Realmente sí. Fumar daña la memoria, el aprendizaje y el razonamiento. Además de los daños físicos que provoca, por supuesto.

Le entrecerré los ojos, divertida. A veces olvidaba que Marco Ricci era un chico genio.

—Parece que te hayas tragado un diccionario —me burlé con una sonrisa—. Gracias por la clase de salud exprés, pero no voy a dejarlo —luego, me acerqué a su mejilla y dejé un suave beso en ella—. Nos vemos mañana, Marco. Recuerda avisarme por mensaje.

El chico se quedó quieto unos segundos, solo mirándome, como si no supiera de que forma reaccionar. Desde aquí notaba los engranajes robóticos de su cerebro deteniéndose y volviendo a funcionar una y otra vez.

¡Cortocircuito!

—¿Marco? —insistí. Él pareció volver en si, sacudiendo la cabeza desorientado.

—Perdona, ¿qué?

—Nos vemos mañana —sonreí.

—Ah, sí, eso. Claro. Hasta mañana.

Reí entre dientes, viendo cómo daba media vuelta y salía del recinto de mi casa con rapidez. Mi sonrisa no se borró cuando entré a mi hogar y fui a la ducha para quitarme la sal y el olor a mar del cuerpo.

Marco Ricci me agradaba.

Velocità (Mafia Italiana #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora