Mew se tambaleó alejándose de Artemisa cuando su rabia se abrio paso a través de él, con garras muy afiladas. Puso el brazo contra la pared y observó como su piel se volvía azul. Su respiración era rasgada mientras sus dientes crecían en grandes colmillos y su visión se volvía borrosa. Quería desesperadamente la sangre de Artemisa, podía saborearla. Más que eso, quería arrancarle la garganta.
─¡Maldita seas! ─gruñó él.
─Intenté decírtelo. Te lo di y tú lo rechazaste.
Él se giró a ella taladrándola con la mirada.
─Dijiste, "Tengo un bebé para ti." No "Tuve a tú bebé," Artemisa. Hay una gran jodida diferencia.
─Pensé que el bebé no era nada más que una ofrenda para ti de uno de tus adoradores, que estabas intentando endosármelo para sustituir a mi sobrino muerto, y tú lo sabías. ─Todas sus doncellas habían llegado a su servicio de esa manera. En aquel entonces, no era nada para las personas dejar niños como ofrendas a los dioses.
Se pasó las manos a través del pelo, cuando más odiados recuerdos surgían y lo atravesaban rasgándolo.
El podía verse otra vez como un joven en el frio trozo de piedra, encadenado y sujetado al lugar por sirvientes mientras el cirujano avanzaba con un escalpelo. Mew siseó y se encogió ante el doloroso recuerdo.
Su respiración jadeante, se aproximó a Artemisa con las manos apretadas en puños de modo que no empezase a golpearla.
─Ellos me esterilizaron. No hay manera de que pudiera ser padre de un niño. Eso no es posible.
La cara de ella se endureció.
─Como humano eras estéril. Pero en tu veintiún cumpleaños...
Su divinidad se había desencadenado.
Se pasó las manos sobre la cara cuando lo recordó. Todas las cicatrices sobre su cuerpo se habían ido. Físicamente, había sido restaurado.
Obviamente no había sido todo superficial. Esa noche debió haber desecho también su cirugía. Maldición, ¿Cómo había podido ser tan estúpido?
─¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada?
Ella lo fulminó con la mirada.
─Lo intenté. Tú no me escuchabas ni me hablabas, "te odio Artemisa. Muérete." Eso era todo lo que escuché de ti durante dos mil años.
Mew se rio cuando lo asaltó el amargo dolor. Por una vez, ella tenía razón. Él había sido el que la ignoró. Queridos dioses, ¿Quién habría pensado que eso era lo que ella había estado tratando de decirle?
Peor, ella había mantenido a su hijo lejos de él y él la maldecía por ello. Ahora se maldecía a si mismo por ser tan condenadamente ciego y estúpido. ¿Cómo podía no haberlo sabido? ¿Cómo pudo haber permitido que su rabia hacia ella lo cegase en algo tan importante?
Podría matarse a sí mismo por su propia estupidez. Había negado a su propio hijo. Solo los dioses sabían lo que él debía pensar de él y de su rechazo.
─Eso fue hace once mil años, Artemisa. Sabes, podrías habérmelo mencionado antes de ahora.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
─Quise herirte cuando te lo tendí y tú me insultaste y negaste que yo te amara más que nada en este universo. No tienes la menor idea de lo que pasé para evitar que cualquiera supiera que estaba embarazada. Sufrí su nacimiento sola, sin ayuda. Nadie me ayudaría de todas maneras. No debía que tenerlo. Lo sabes.