((☕))' 𝐎𝐎𝟏

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Ding.

El tintineo de la campana que reposaba tranquilamente en la barra de entregas, me sobresaltó y pegué un saltito. 

La irritante voz del señor Milton taladró mis oídos y bufé al saber que era mi décimo pedido del día. 

Las nubes habían comenzado a nublarse pero a pesar de todo, el cálido y difuso sol de Londres seguía resplandeciéndonos como si no existiera un mañana. Era un ocho de Junio, cuando el verano comenzaba a llegar y las calles a solear. 

Aún se podía distinguir que faltaba unas cuantas horas para el caer de la noche y el adiós del sol, pero incluso así, miré a través de la ventana con una sonrisa, disfrutando de esos pequeños rayos del sol que iluminaban el local en un ambiente antiguo rústico. El familiar y ya acostumbrado aroma a café, a galletas, a chocolate y leche se fusionaban unas a otros en el aire, y daban ese toque acogedor a la cafetería. 

Me reincorporé de mi plácida y cómoda silla con fastidio mientras que, a regañadientes, me dirigía a la robusta y gruesa figura del cocinero. 

-- Mesa número tres, corre Kate--. Gritó a sabiendas de lo innecesario que era aquello. Ya le había dicho más de una vez al señor Milton lo mucho que odiaba que grite mi nombre de esa manera, de ese modo tan escandaloso que sin duda llamaba la atención de todos los clientes, pero claramente mi pedido no había sido más que palabras dichas al aire. Porque lo hacía una y otra vez y supe entonces que, esa pequeña costumbre jamás tendría un final. 

Aunque de todos modos, eso no quitaba nunca la vergüenza que sentía cada vez que lo hacía. 

Observé la bebida reposada sobre el mármol y relamí mis labios, era un caramel macchiato, uno de mis postres favoritos sin duda. 

Era delicioso por donde lo veas en realidad, empezando desde la superficie, donde la crema se acumulaba y rebalsaba en el más dulce y espumoso batido, o también en esa exquisita y deliciosa fusión de la leche con el manjar, contrastando el más precioso degradé entre lo adictivo y común, o en cómo el chocolate parecía enfundirse y perderse entre aquellas dos barreras. 

una de las bebidas más deliciosas que alguna vez podrías tener el privilegio de probar. 

Y tenerlo frente a mis ojos, luciendo tan perfecto y representando todas las tentaciones posibles, era sin duda uno de los castigos más difíciles que podría estar viviendo. 

Por eso simplemente ya no quería verlo más, porque sabría que si lo seguía observando, ese batido terminaría en mi boca y consigo, el peor descuento que alguna vez podría darme el lujo de obtener. O en peor de los casos, el más temido despido. 

Y claro que yo no estaba en dignas condiciones como para molestarme en conseguir alguno de los dos. A penas podía pagar la renta de mi departamento y castas veces tenía el gusto de poder darme algún que otro capricho. Así que la respuesta estaba decidida: Era un rotundo no. 

Por eso mismo y con todo el dolor del mundo, me obligué a dejar de pensar y poner la refrescante bebida en una bandeja y llevarla a la mesa asignada. 

Caminaba entre la multitud con cuidado de estropearlo todo, esquivando a los clientes y procurando no soltar ni la más mínima gota del batido. La última vez que había llevado algo tan tentador como era aquello tiempo atrás, había terminado con todo el contenido desparramado por el suelo y con un enorme descuento de sueldo que me hizo llorar. Así que desde ese entonces siempre procuraba tener todo el cuidado del mundo hasta para caminar. Porque era complemente consciente de lo mala que era intentando acoplarme a un trabajo.

Era mi primer empleo de hecho, y aún tenía errores a pesar de ya llevar dos estaciones completas trabajando. 

Sentía que poco a poco la mesa se encontraba más y más cerca, así que la orgullosa sonrisa fue inevitable dejar salir de mis labios.

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