((☕))' 𝐎𝟏𝟐

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Resoplé, queriendo creer que en realidad todo esto se trataba de una gran broma pesada y que por nada del mundo, William estaría a tan solo unas pistas de mí aun cuando era él la misma razón por la que había pedido un retiro de la cafetería. 

Es que realmente yo me cargaba la peores de las suertes en el mundo. 

Sin embargo, lo que menos deseaba en este mundo era verlo otra vez; y tampoco había llegado tan lejos para que William apareciera nuevamente hoy y arruinara todos los planes que en mi cabeza se creaban. Por lo que, como si fuera una completa ciega de deseducada, me opté por ignorarlo, y caminar rápidamente hacia la otra esquina de la avenida. Tendría que tomar el camino largo para llegar a mi casa y era todo culpa suya. 

Pero era como si William leyera mi mente misma y en cuestión de segundos dedujera lo que trataba de hacer, por lo que no tardó mucho en hacer exactamente lo mismo que yo, comenzando a caminar por mi detrás. Comencé a avanzar más rápido con la única intención de no ser alcanzada, pero a medida que mis pasos se agrandaban, los suyos lo hacían y por el doble. Y en menos de unos bastos minutos, el castaño ya se encontraba caminando a costado mío con esa misma socarrona sonrisa en su rostro. 

Me rendí finalmente, porque pensé que correr a sabiendas de que estaba a mi lado sería muy absurdo, y lo que menos trataba de hacer hoy era el ridículo. Así que lo dejé ser y me mantuve en completo silencio. 

—Hey. —dijo una vez que llegó a mi alcance, tocándome ligeramente el hombro con una sonrisa pintada en su rostro— ¿Qué haces aquí?

El tono burlón de su voz no me pasó por desapercibido aunque lo intentara y trataba de buscar en lo más profundo de mi ser alguna paz que me permitiera soportarlo cuando sabía que no me dejaría hasta llegar a casa. Es decir, en realidad la idea no me incomodaba en lo absoluto pero sí lo hacían sus molestias de las que era consciente que me había hecho pasar en la cafetería. 

Tenía tantas preguntas para decirle que se me hacían imposibles reclamarle una, porque de todos modos sabía que no me dirigía alguna; y aunque me frustraba, era su decisión al fin y al cabo y no podía hacer nada para refutarla. Para exigirle saber quién era esa chica y por qué justamente habían llegado al lugar donde menos deseaba verlos. 

Con la molestia picándome en el estómago simplemente le fingí una sonrisa, agarrando su mano para quitarla lentamente de mi hombro y después soltarla. 

—Yo debería decir lo mismo.—respondí, totalmente ajena a su risueña actitud. —Y además, no es de tu incumbencia.

Una melodiosa risa se hizo presente a través de mis oídos, y ganas de matarlo no me faltaron. Realmente trataba lo mejor que podía no iniciar una larga conversación a su lado, porque sabría que se me escaparía al menos una de las preguntas que querría hacerle. Y considerando el hecho de que tal vez para sus ojos yo no era más que una conocida más para él, ni siquiera trataba de imaginarme lo mal que se escucharía preguntarle temas personales como aquellos. 

Simplemente pude virar los ojos, sin molestarme en esconder que tenía la razón. 

Lo odiaba.

—¿Por qué estas molesta? —preguntó con una actitud totalmente inocente  y se me hiz imposible no poner los ojos en blanco. ¿Realmente estaba teniendo la intención de lucir ingenuo cuando él sabía mejor que nadie la razón de mi actitud? Aún podía recordar la charla que tenía con aquella chica o las risas que ambo compartían, y él era el principal testigo. Así que mostrarle razones eran totalmente absurdas. 

Lo mejor que pude hacer fue ignorarle y seguir caminando. Solo quería llegar a casa de una vez. 

Di paso tras paso, sin molestarme en voltear a verlo otra vez. Y cuando llegué a las escaleras de mi apartamento, supe entonces que William había dejado de seguirme los pasos desde hace ya un buen tiempo, y lo agradecí. Una traviesa sonrisa se asomó en mis labios y me sentí orgullosa de mí misma por lograr mi cometido.

Entré a mi pequeño departamento cansada, por no decir agotadísima y con apenas fuerzas. William había hecho que camine la parte más larga por miedo a encontrarme nuevamente con él. 

Fui a la cocina y preparé lo primero que se me vino a la mente: ramen. Esperaba a que el agua hirviera cuando escuché molestosos sonidos provenientes de la calle, entre ellas risas y uno que otros bufidos. Esperaba que no fueran esos niños que habían llegado la vez pasada para invadir el piso del departamento, porque si era así, no dudaría en ningún segundo para botarlos. Simplemente no me gustaban los niños muy juguetones.

Me acerqué cautelosamente a la puerta, poniéndome de puntas para ver a través de la pequeña ventana que tenía mi puerta. Una silueta algo borrosa se hizo presente a mi campo de vista, y por un momento pensé que se trataba de William, sin embargo, su forma de vestir no se parecía en nada a la de él y entonces dudé. 

Fue por eso mismo que abrí la puerta lentamente para dejar a la vista a un chico de estatura mediana, ojos miel y recibiéndome con una sonrisa nerviosa. Fruncí el ceño durante un segundo al notar que de su mano colgaba una rosa y lo que parecía un pastel; era imposible que eso fuera para mí. 

Me saludo y le imité cuando de pronto, como si supiera hacia donde apuntaban mis ojos, me extendió el pedazo de pastel y abrí mis ojos al instante. 

—Eh, hola, soy el nuevo vecino del departamento de al lado —con su cabeza, hizo un gesto hacia la estancia que había estado vacía durante muchos meses y que, coincidentemente, se encontraba frente a mi apartamento. Asentí casi al instante. 

Sin embargo, como si entonces hubiera recordado algo sumamente importante, me extendió la rosa que descansaba en su otra mano y me fue inevitable no sonrojarme ante su acto. Era demasiado tierno. 

— Muchas gracias. —le devolví una sonrisa que a comparación de la suya era horrible, y tapé mi rostro con el cabello de la vergüenza. Inmediatamente recordé mi primera vez en ese departamento, era una costumbre obsequiar algo a los vecinos cuando eras nuevo, y yo les había regalado unas galletas que he de admitir sabían horrible. Fue una de mis peores experiencias.

Me entregó la rosa junto con el postre, muy hermoso y sentí envidia, ¿Acaso era la única a la que le salía mal todo?

—¿Vives sola? —me preguntó luego de entregar las cosas, alcé la vista para verlo confundida pero aún así no quitaba la ternura que había en él.

—Sí, ¿Por qué? —pregunté igual de confundida que él mientras ladeaba la cabeza.

—Curiosidad. Bueno, tengo que ir a repartir más cosas a los demás, fue un gusto hablar contigo, espero verte de nuevo. 

—Igualmente. —sonreí y me quedé observando como subía las escaleras para ir al tercer piso. Y justo cuando lo vi desaparecer, las ganas de preguntar su nombre me atormentaron, sin embargo, supuse que lo vería mil veces más y tendría tiempo para preguntárselo. 

Cerré finalmente la puerta y dejé la flor encima de la mesa, estaba tan bonita. Era como de esas que te regalaban en San Valentín, aunque bueno, yo no recibía nada más que trabajo.

Me dirigí al lavadero, agarrando cualquier vaso por ahí para poner la linda rosa, hasta que tocaron el timbre. Fui alegre pensando que era mi vecino y preparé mi mejor sonrisa a la misma vez que abría nuevamente la puerta.

Como era de esperar, mi sonrisa se borró por un mueca de molestia. Traté de cerrar la puerta pero este no me lo permitió poniendo sus brazos, y yo como la debilucha que era, perdí. Viré los ojos al escuchar su risita.

Entró al lugar sin mucho esfuerzo, y me dirigí hacia la sala para esperarlo y que se siente.

—¿Tienes agua? Muero de sed. —preguntó, rebuscando entre mis estantes. Casi como si aquella fuera su casa y me acerqué casi corriendo para detenerlo, y con los ojos furiosos, negar. 

—No. 

—Solo quiero un poco de agua, Kate. —hizo un puchero con sus labios antes de abrir el congelador y meter medio cuerpo ahí. Agarré su espalda y lo arrastré conmigo en la mesa. Lo último que deseaba era verlo y quería hacérselo entender, sin embargo, justo cuando sus ojos se conectaban con los míos y trataba de señalarle la puerta,  se detuvo en otro punto de la cocina. 

—Sal de aquí, William, no qu... —pero no pude terminar, pues como si hubiera encontrado su objetivo, agarró la pequeña rosa que estaba tranquilamente reposando en la mesa para luego fruncir el ceño, confundido. 

—Kate, ¿De quién es esto? ¿Quién te lo dio?

𝐂𝐎𝐅𝐅𝐄𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora