Una noche

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—¿Sabías que no son originales? —Dijo una niña acercándose al azabache.

El niño la observó unos segundos, analizando las palabras de esa castaña. Luego vio como un par más se arremolinaban a su alrededor, soltando unas ligeras risas y murmullos.

—¿De qué hablas? —Contestó con indiferencia y se enderezó.

—Habló de tus tenis.

— Ah, ¿qué tienen?

La niña chascó la lengua molesta, su actitud le hacía hervir la sangre. Habían hecho de todo para sacarlo de quicio pero nada parecía funcionar con aquel compañero de su clase, era alguien bastante callado y reservado, pero eso no impedía lo problemático que algunas veces podía ser; incluso se rumoreaba que fue expulsado por cuatro escuelas distintas.

—Son una imitación. Seguro tu madre las sacó de la basura... —Dejó la frase a medias y se acercó al rostro del azabache—. No me sorprendería viniendo de personas como tú.

Esas palabras surtieron efecto en el niño, pues su semblante ya no era indiferente sino que tenía una expresión de enojo.

—Mi madre los ha comprado, ella tiene como cuatro empleos —dijo apretando sus puños con fuerza.

—Eso no es algo para alardear —susurro en sus oídos, acto seguido le dio un empujón—. Pareces una clase de vagabundo con esas ropas.

—También huele como uno. —Dijo otra y todas comenzaron a reír.

Era una tarde cálida de primavera, pero Megumi no sentía aquel día tan cálido como las noticias o su madre decían que sería. No escuchaba nada pero a la vez lo podía oír todo; tan claro que su piel se erizaba. Sus risas, las rocas que le arrojaban, incluso, su propia respiración agitada. Las miró fijamente con resentimiento y pensó en empujarlas a cada una de ellas pero, no pudo evitar el pensar en lo decepcionada que estaría su madre de él. En cambio, Megumi las apartó para seguir caminando, no valía la pena perder su tiempo con un par de chiquillas insufribles, razonó el niño. Pero los planes de aquellas niñas no parecían acabar ahí. Una lo tomó del cuello de su camisa para entonces hacerlo caer, luego, otra tiró su almuerzo en los cabellos del chico.

El azabache no hizo nada, se quedó en el suelo estático. En su cabeza solo tenía presente el rostro cansado de su madre por cada llamada de los directivos por culpa suya. No quería que su madre asumiera las consecuencias otra vez.

Se dejó llevar por la humillación, lo que vino después el pequeño Megumi jamás se esperó. El chico no se resistió ni emitió sonido alguno, como si se hubiera acostumbrado a recibir palizas. Lo empujaban hacía delante y hacia atrás como un muñeco de trapo.

...

—¿Megumi...? —Pronunció _______ al verlo entrar al auto, estaba cubierto de tierra y sus cabellos tenían rastros de comida—. ¿Quién te ha hecho eso? Megumi, contéstame.

El niño tenía los labios fuertemente apretados y parecía estar reprimiendo el llanto.

—Megumi.

Llamó por tercera vez al niño, pero cada vez apretaba con más fuerza sus labios.

La azabache al ver que no obtendría respuesta alguna, arrancó el carro con una sensación punzante. Shimizu tenía el ceño fruncido y la boca contraída en una línea fina y tensa.

—¿Empezaste tú o ellos?

No contestó. La desesperación de la mayor incrementó al ver las primeras lágrimas que asomaban el rostro de su hijo. Le dolía verlo de esa manera y aún más el no ser capaz de ayudarlo. Después de un largo tiempo —donde ambos permanecían en un largo silencio—, Shimizu se atrevió a preguntarle otra vez y en esta ocasión obtuvo una contestación.

Gojo Satoru | One Shot'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora