La Otra Mujer 2.2

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"Por supuesto que te haré daño. Por supuesto que me harás daño. Por supuesto que nos haremos daño el uno al otro. Pero esta es la misma condición de la existencia. Para llegar a ser primavera, significa aceptar el riesgo de invierno. Para llegar a ser presencia, significa aceptar el riesgo de la ausencia".

Antoine de Saint-Exupéry.

Había un aroma embriagante, pesado y punzante.

Acostada en la cama se quitó el sostén mientras sus manos recorrían cada rincón de su cuerpo. Viajando a lugares que desconocía pero que ya estaba acostumbrado al contacto de su piel contra la de ella. Clavó sus ojos en sus clavículas, luego en sus pechos para terminar en sus muslos, cerca de ese sitio que estaba por saborear con su lengua. Dio unos ligeros apretones en su pierna a lo que la chica arqueó la espalda ante la excitación.

El albino se recostó sobre ella, se puso un condón y se olvidaron de todo, del lugar dónde se encontraban, de su esposa al otro lado de la habitación; de cualquier otra cosa que no fuera ese momento. De sus gemidos en sus oídos, de aquella unión que podía ver desde su posición, produciéndole más placer.

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El sudor en su espalda le producía un suave cosquilleo, sus ojos le pesaban y su boca estaba seca. Le dio otro trago a la botella que tenía en sus manos, esperando que le quitara la resequedad en sus labios.

Era un sabor amargo.

Sus ojos divagan de un lado a otro tratando de dilucidar dónde estaba. Se había quedado dormido no hace mucho, soñando algo que le producía una gran satisfacción. Pero, aún podía notar ese empalagoso aroma en el aire que aparecía en su sueño.

Pesado. Punzante.

Satoru solo tenía un pensamiento en su cabeza.

Y era la imagen de su esposa.

Recordando un momento en específico. El instante dónde ella le confesó que lo sabía todo.

El instante dónde la perdió.

Su pelo suelto sobre los hombros, sus labios apretados y los ojos muy abiertos; reflejando una expresión de resentimiento (algo que creía nunca ver en esa mujer tan radiante). Sus pequeñas manos apretando ese vestido que le quedaba exquisito, recalcando su agraciado cuerpo. Cada detalle en ella lo era —los lunares en su rostro, los rizos de su pelo— resultaban tan increíbles en su cara, que le parecía una tontería que una persona con su belleza fuera suya, su esposa. No obstante, la había engañado.

Poco a poco comenzaba a entender la severidad de lo que había hecho.

La había engañado. La había engañado con otra mujer.

De repente, todo —la noche de la discusión, su partida, una vez más el rostro de _________ — le pareció gracioso que tuvo que taparse la boca con una mano para no soltar una carcajada.

¿Por qué se estaría burlando de una situación así?

La razón de su simpático gesto era porque le parecía imposible que Shimizu lo dejará. Nadie dejaría a una persona como él. Incluso cometiendo el más grande de los errores. Nadie lo abandonaría. Tus neuronas se tendrían que volver lentas y frías para que soltaras a un hombre como él.

Ya tenía bastante con darte el privilegio de que te casarás con él. ¿Cómo para que le estuvieras recriminando un insignificante desliz en su relación? ¡Ridículo!

Gojo Satoru | One Shot'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora