El turno de Mors había acabado por lo menos dos horas atrás, pero nadie se despertaba aún, ni siquiera Adam que se encontró a sí mismo cuidando del cuerpo inerte de la mujer por dos largos meses sin descanso alguno. Entonces se le confirió que regresara por unos momentos al Inframundo, ya eran dos semanas que trabajaba en su hogar manteniendo a flote lo descuidado que lo había dejado.
Después de la pelea con Júpiter por idea propia decidió liberar a todas las sombras que fueron tomadas ese día y descansarían por la eternidad en los prados Asfódelos. Su hermano y madre también consiguieron aquella suite que les prometió y eran custodiados todo el día por acólitos suyos.
Aún recordaba perfectamente lo emocional que fue ese día.
Caminó de regreso observando los destrozos que Adam causó en la pelea contra el Dios del rayo, nada lo hizo apresurarse más que el grito desolado de su amo que entonces apareció de inmediato junto a él.
—Plutón —murmuró apenas cuando lo vio dejar su forma de Dios y abrazar fuertemente el cuerpo inmóvil de la chica, se quejaba entre dientes y también escuchó el castañeo de Júpiter, la herida en su pecho lo había dejado completamente mal que ni siquiera lograba curarse él mismo con rapidez—. Plutón.
Repitió, éste levantó la mirada con el ceño fruncido.
—Eres un imbécil Júpiter —Mors rio por lo bajo, era una pelea de niños, una que debió suscitar desde hace muchísimos años antes de que la situación explotara. Entonces echó un vistazo a Olympia, se veía aún más pálida que de costumbre. Se reprendió a si mismo el hecho de no poder haberla encontrado a tiempo. Suspiró y regresó a su forma humana también.
—Lo lamento Plutón, pero tenemos que apurarnos si queremos encontrar su alma antes de que entre a su Infierno.
—No es necesario —habló Juno apareciendo juntos a ellos, Júpiter se sobresaltó enfurecido—. El alma no se ha ido, no lo permití.
— ¿Qué hiciste Juno? —gruñó Júpiter.
La mujer pareció vacilar por unos segundos observando a su esposo y hermano que la miraba intranquilo.
—Es el único regalo que te haré Plutón —sonrió colocándose en cuclillas, le tomó la mejilla y limpió las pocas lágrimas que caían sobre su rostro—. No bastará darle ambrosía así que, mi regalo como Diosa es permitirles sumergirla en la "Llama eterna".
Un suspiró salió de sus labios, la ambrosía sí podía darse a los mortales por voluntad de cualquier Dios, pero la llama que usaba el mismo Júpiter para curar heridas no era más que de uso propio.
—Ahora que lo pienso, todos podríamos entrar unos segundos.
—No Mors, no tientes mi paciencia —gruñó Juno ayudando a su hermano a levantarse, llevaba a Olympia en brazos.
—Bueno, por algo no eres Minerva.
Juno le dedicó una última mirada antes de desaparecer junto con Plutón y entonces se quedó en completo silencio con Júpiter de fondo que lo miraba mal intencionado, se notaba a leguas que le odiaba. Le sonrió levemente y antes de desaparecer comentó—. Bueno, suerte limpiando todo esto.
No recordaba nada más de ese día más que el repentino deseo de Plutón que descansara en el plano terrenal. Adam sabía perfectamente que Júpiter no se atrevería a intentar hacerle daño una vez más, no teniendo en cuenta el terrible poder que crecía dentro del Dios del Inframundo.
Claro, después de contarle a su familia lo que en realidad eran. Llegaron al día siguiente apareciendo en la habitación de la mujer y recostándola sobre la cama decidieron bajar a donde se escuchaba el tumulto de personas durmiendo.
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Por amor a los Dioses.
RomanceEncantador, carismático, sobrenatural y misterioso: Adam Henson nunca se ha sentido parte de este mundo, ¿será porque no lo es? Un Dios entre mortales intentando aprender de ellos se ve envuelto en un romance con la jefe de su empresa, Editoriales H...