Capítulo 7

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El Templo de Plutón dentro del Inframundo era inmenso, adornado con varias tumbas a los laterales de mármol, candelabros de oro que iluminaban tenuemente el lugar, espejos adornados con runas tal como las que portaba en su túnica. Los enormes ventanales cubierto de cortinas rasgadas en rojo. Las sombras que le servían vestían las paredes y el techo, sin forma corpórea se dedicaban a vigilar el mundo que reinaba y a atacar a todo aquel que se saliera de las casillas en ese lugar.

Su trono de azufre estaba al final de la habitación, cubierto de más ébano y pedestales en donde reposaban nada más que telarañas.

—Júpiter quiere verte —respondió Mors bajando de la Torre, las sombras a su alrededor se movieron asustadas.

—No tengo tiempo para esto —rio sosteniendo en alto la horca de manera efusiva—. Mors...

—No blasfemes mi nombre —gruñó con aparente enojo—. Te estás paseando por la Tierra proclamando ser humano y los que cubrimos tu trasero somos azotados sin piedad.

—Me parece que te gusta que te azoten.

Mors golpeó su hombro.

—Me gustaba cuando TÚ eras la cara detrás de tal acto.

Adam rio otra vez. Se paseó moviendo el aire que se arremolinaba bajo sus pies, las sombras se removieron otra vez al son de los pasos de su amo. Los grabados en las paredes se escribían una y otra vez, desde hace eones. Las columnas de diamante agrietadas, en el techo se formaba una extraña nube gris que danzaba también a los sentimientos del hombre.

—Lo siento, pero no puedo atender a tu amo.

—Tú eres mi amo —protestó Mors caminando detrás de él también. Cuando no vestía su forma espectral, se paseaba por el Inframundo en la piel de un hombre joven de cabello largo blanco, una corona de orquídeas negras, disfrazado con una túnica larga del mismo color y una espada sujeta a su cinturón, atrayendo la mirada de los pecadores y herejes que serían llevados hasta las puertas del Tártaro—. Te pido que recapacites, como tu fiel sirviente.

—Mors, no estoy haciendo nada malo —palmeó su espalda mostrando un reconfortante afecto que no logró convencer a su amigo—. Y si Júpiter quiere verme, deberá bajar a mí. Estoy harto de tener que subir a él siempre.

—La mujer te está afectando, en otros tiempos ya estaría aquí bajo tu voluntad.

—Es por eso por lo que tú estás aquí y no con los humanos.

—Yo también trabajo con humanos —replicó enfurecido de que la conversación no estaba yendo hacia ningún lado.

—Humanos muertos. Escucha Mors...

—No, tú escucha Plutón porque Júpiter va a desquitarse con el más cercano, y conmigo no será.

Su corazón se encogió en cuanto entendió el mensaje, su hermano Júpiter no era una persona muy racional, a decir verdad, ninguno de sus hermanos, incluyéndose. Durante mucho tiempo Júpiter jugaba con los humanos, no tendría por qué haber un problema que estuviera detrás de una humana... Ni siquiera estaba jugando con Olympia, la humana con capacidad de reinar en el mundo de los muertos y quería quedarse junto a ella por la eternidad, el problema es que eso sólo sucedería si la contraparte también lo deseaba. Envidiaba el amor eterno, y acariciaba la idea de convertirse en un ferviente creyente del romance, como muchos en el panteón romano. Se mofó de su deseo, nadie en su sano juicio estimaría la presencia eterna del Dios de los muertos, nadie más que sus sirvientes que adoraban el piso por el que pasaba.

Ansiaba descubrir si traía a casa a Olympia para saber si siguiera enamorada de un hombre tan brutal como él—. No quiero que luego estés haciendo estupideces.

Por amor a los Dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora